Un extraordinario profesor de literatura explicaba que después del checo Franz Kafka, el francés Marcel Proust y el irlandés James Joyce, nunca la novela como género literario volvió a ser la misma. De ellos quien menos escribió fue Kafka y para remate, cuando iba a morir de tuberculosis en 1924, dispuso a su amigo y confidente, Max Brod, que destruyera todos sus manuscritos y dibujos.
Por ventura Max Brod no cumplió con el mandato y gracias a esa desobediencia hoy se pueden consultar las pocas obras del literato, entre ellas la primera y sorprendente “El proceso”, parábola sin brizna alguna de dulzura. Después se conocerían ‘El Castillo’, ‘Metamorfosis’, ‘América’ y unos pocos relatos breves adicionales que la editorial Emece los publicó bajo el título de ‘La condena’, algunos de no más de media página y otros un poquito más extensos, pero todos inconfundibles: fría y descarnada disección del absurdo, las burocracias, de la angustia enseñoreada sobre amplios espacios de la humanidad.
Pero como si se tratara de un destino ineludible, a casi 90 años de la muerte de Kafka, diario EL COMERCIO acaba de publicar una crónica según la cual, desde el lunes de la presente semana “se abrirán cuatro compartimentos de cajas fuertes del banco suizo UBS –entiendo que se trata de lo que aquí es conocido como las cajas de seguridad– donde se guardan manuscritos y dibujos también de Kafka”.
Por cierto que fiel al sigilo bancario, tan tranquilizador para los dictadores, los negociantes mal habidos y otros titulares de cuantiosas cuentas, se agrega que un vocero del banco se negó a hacer comentarios porque no es factible “divulgar informaciones sobre la actividad de la clientela”.
El mismo dato de prensa, observó que operación similar se tuvo ya en dos bancos de la ciudad de Tel Aviv, por orden de las autoridades israelíes, al decir de un periódico austríaco. También precisó que una profesora de literatura, será la primera persona que tenga acceso a estos documentos y deberá ejecutar su inventario.
Para aún complicar más la trama de este otro “proceso”, se puntualiza que Max Brod emigró en 1939 a Tel Aviv con el propósito de escapar a la persecución de los judíos y editó varios textos.
Después legó la colección a su secretaria, Esther Hoffa, quien a su vez la dejó a sus hijas.
Hace tres años estas últimas pidieron a las autoridades israelíes que confirmaran sus derechos sobre la herencia.
Actualmente se desenvuelve un juicio en Tel Aviv para determinar si las herederas pueden o no disponer libremente de esta sucesión.
Como remate, el director de la Biblioteca Nacional de Israel, con sede en Jerusalén, Samuel Har Noil, intenta “recuperar los manuscritos de Kafka”, en el mejor estilo de la implacable y fría lógica del ultrafamoso literato.