Las apuestas en las campañas políticas de Correa y Glas, de Moreno y Glas y de cuánto candidato ha participado en contienda electoral en los últimos años, no son novedad. Que empresarios sinvergüenzas hacían sus jugosas donaciones y contribuciones a cambio de contratos o de favores del Estado no es novedad tampoco. Siempre se supo. Que los servidores públicos que querían continuar en sus cargos se hayan convertido en cachiporreras de los candidatos a cualquier dignidad ha sido pan de toda elección. Así ha funcionado ésta mal llamada democracia, en todos los niveles, tanto en los municipios pequeños como en las dignidades de altura. ¿De qué se asombran? ¿del arroz verde? La mojigatería nacional es lo que nos debería asombrar.
Para ser candidato se necesita plata. Y amigos. Y los amigos (esa clase de amigos), no dan nada de gratis, menos aún, billete. Piden favores. Dejan carpetas. Apoyan a uno a cambio de un puestito, de un contrato, del trabajo para el pariente. Y sino… se vuelven enemigos, porque en política es fácil convertirse, de la noche a la mañana, en enemigo de los amigos y amigo de los enemigos.
Lo que ha pasado con arroz verde y demás denuncias, ya no asombra. Se han destapado alcantarillas con demasiada podredumbre dentro de ellas. Pero el mayor problema es que son demasiados cómplices los protagonistas de estas historias: los empresarios contribuyentes que apostaron a unos y otros candidatos a cambio de contratos; quienes pedían favores en lugar de postular a los puestos por méritos profesionales o participar de manera limpia en los concursos; los servidores públicos que, a miedo de perder el puesto, se quedaron callados y aceptaron, sin chistar, acompañar a sus jefes a las marchas o concentraciones que sabían eran pagadas con dineros públicos.
El silencio es el problema. Medio país. O más, normalizando la corrupción. El modus vivendi del chantaje, de la dádiva, del intercambio de favores, del palanqueo, de la concusión. Y de los cuadernos, armas eficaces para protección y también para el chantaje.
Se sabía, como todos los demás secretos a voces, que muchos empleados públicos aceptaron a contribuir al partido no con plata de su bolsillo, sino también con dineros públicos. Es decir, con dineros de todos nosotros, incluidas las contribuciones solidarias para con quienes resultaron afectados del terremoto de 2016.
Mientras los involucrados en esos arroces arreglan sus cuitas, a los ciudadanos de a pie nos mortifican con los tramposos discursos sobre los supuestos beneficios de las minas o del petróleo y con las onerosas, inexplicables y descabelladas multas por carros y patentes que debemos pagar por existir, para cubrir los huecos que otros han dejado, es decir, pagando justos, por pecadores.