Por medio de Cáritas Ecuador toca seguir de cerca el desempleo, no sólo a niveles estadísticos sino, sobre todo, humanos. Detrás de cada hombre o mujer en desempleo hay un dolor, una historia, una esperanza y, muchas veces, una amargura de grueso calibre.
Parece que nuestra crisis va para largo y que el desempleo sigue siendo el mayor problema de los ecuatorianos. Mientras los gurús de la corrupción juegan al escondite y reciben por parte de los medios su dosis de protagonismo, miles y miles de compatriotas buscan y rebuscan un trabajo como quien busca una aguja en un pajar.
Hay unos cuantos factores que explican el desasosiego de los ciudadanos. En primer lugar toca salir de un pozo muy profundo que afecta a la psicología, la estabilidad emocional y el simple hecho de poder sacar adelante la vida y, muy especialmente, la familia.
En segundo lugar, el desempleo es especialmente inquietante para las mujeres que, también en este tema (no sólo en la inequidad de sueldos y potenciales cargos de responsabilidad) viven en absoluta desigualdad. Me pregunto cuántos años tendrán que pasar para que las mujeres, aparte de poder trabajar, puedan hacerlo con los mismos derechos y oportunidades que los hombres.
Hay un tercer aspecto que no se suele tener en cuenta en los análisis sobre el desempleo. Me refiero a esa inmensa bolsa de personas identificadas como inactivas. Me refiero a los estudiantes, pensionistas, discapacitados y personas dedicadas a cuidado de familiares y tareas domésticas sin contrato laboral. Si fuéramos capaces de cuantificarlas seguramente nos llevaríamos un buen susto.
Hace tiempo, descubrí una nueva categoría de desempleados que hoy vuelve a surgir con fuerza: me refiero a los desempleados desanimados, trabajadores que tras meses y años de infructuosa búsqueda de un puesto de trabajo han renunciado a encontrarlo y han pasado a la categoría de inactivos. Sería bueno cuantificar a las personas disponibles para trabajar pero que, hartos de presentar carpetas y de dar vueltas, ya no buscan empleo. Lo peor es que conozco a desempleados de todo tipo (algunos son mis amigos), incluidos unos cuantos desanimados. Me pega que Ecuador sea un ejemplo de país en el que la tasa de desempleo incluya, a su vez, una alta tasa de trabajadores desanimados.
Lo triste es que posiblemente tengamos muchos más desempleados de los que figuran en las estadísticas oficiales. En mi querida Riobamba dicen que sólo poco más del 22% de ciudadanos tienen un trabajo adecuado. Y de ese tanto por ciento la mitad son funcionarios públicos. El panorama no es halagüeño. Aprovecho mi condición de creyente para rezar con fervor, pero, por aquello de “a Dios rezando y con el mazo dando”, me dedico ahora a promover la agroecología, lindísimas hortalizas orgánicas que sostienen la vida de cientos de campesinos. Algo es algo.