Para unos personajes Julian Assange es “periodista” e investigador que, en complicidad con un soldado norteamericano, que luego cambió de género (Chelsea Manning), que tenía acceso a documentación ultrasecreta del Pentágono, obtuvo amplia información sobre excesos de Estados Unidos de carácter internacional.
Para otros es un pirata que violó las normas de seguridad y reveló al Mundo entero dichos datos comprometedores, por lo que las autoridades de ese país gestionan ante el Gobierno del Reino Unido su deportación.
Para los ecuatorianos tiene especial interés la actuación de este hacker porque el presidente Correa, en una de sus polémicas decisiones, le otorgó asilo político el 16 de agosto del 2012 y la canciller María F. Espinosa le otorgó la nacionalidad ecuatoriana mediante naturalización el 12 de diciembre del 2017. Pero el presidente Lenin Moreno dejó sin efecto los dos privilegios y el 11 de abril del 2019 la policía inglesa lo detuvo y desde entonces permanece en una cárcel de alta seguridad. Estos sucesos ocasionaron una crisis diplomática entre Ecuador y Gran Bretaña, que subsiste hasta ahora.
Algunos juristas opinan que las acusaciones de EE. UU. acarrearían 175 años de prisión en ese país a Assange, quien nació en Australia y su vida ha sido azarosa desde su infancia. Sus padres se divorciaron cuando era niño y, según propias palabras, asistió a más de 30 escuelas y colegios; en 1980 ingresó al grupo de piratas informáticos “Subversivos Internacionales” y en el 2012 fundó el sitio WikiLeaks; fue acusado de violación y agresión sexual en Suecia, por lo que la Interpol emitió “alerta roja”.
En varios países se han realizado manifestaciones de respalde de parte de quienes consideran que es injustamente perseguido y hace pocos días el presidente de México, López Obrador le ofreció asilo y solicitó al presidente Biden que desista del pedido de deportación. Pero sigue incierto el futuro del enigmático delator.