El presidente Lenin Moreno no es de los mandatarios que se proponen levantar muros que aíslan a los pueblos, es de aquellos que buscan tender puentes que facilitan la comunicación. En su último mensaje a la Nación habló “de la importancia del diálogo para el proceso de reinstitucionalización del país”. Aún vivimos los rezagos de una década de arbitrariedad y autoritarismo, y sin diálogo no sería posible restablecer plenamente la armonía social. Restaurar la democracia es el gran reto.
La coacción ideológica fue la marca del gobierno de Correa quien desterró toda forma de entendimiento entre la sociedad y el poder político; olvidó el respeto, hizo mofa del consenso, convirtió la política en permanente beligerancia. Superar la crisis institucional que aqueja al país no será fácil si antes no se cambia ese estilo pendenciero de hacer política. No será posible si quienes llegan al diálogo no están dispuestos a ceder algo de aquellas aspiraciones legítimas que tienen.
Renovar la política significa cambiar la mentalidad y el lenguaje con los que hemos entendido y tratado los asuntos públicos. Habrá que educar a la nueva clase política, a la generación que llega, ya que la que hoy gobierna tiene todos los estigmas del descrédito. Cuando un país logra, al fin, liberarse de la sombra de un régimen autoritario y corrupto, la política que renazca no tendrá otro soporte que la transparencia ni otro fundamento que la moral y la ética pública.
La vida pública ecuatoriana se ha debatido en un clima de polarización extrema. Toda polémica pronto se convierte en declaración de guerra. En una atmósfera como esa, en la que gravitan amenazas y dicterios, es fundamental superar la visión de que en política solo se triunfa a expensas del adversario. Olvidamos que solo a través de la cooperación de todos se construye la nación. El diálogo ha sido siempre un puente por el que trajinan ideas y voluntades, auspicia la paz, abre las puertas al progreso.
La falta de ideas y el exceso de pasión caracterizan a nuestros líderes políticos, tan eufóricos y tropicales siempre. La renovación de la política debe pasar por un cambio de actitudes: menos transpiración y arrogancia, más moderación y cordura. ¿Debemos soportar a insultadores desgañitándose en un estrado público? La mesura es indicio de madurez, no de debilidad. La fuerza de las ideas es lo que debe convencer, no el show circense del que vocifera en el tablado sabatino.
No hay renovación de la política sin la modernización de los partidos. La desacreditada partidocracia (clanes y cenáculos de unos cuantos audaces que mafiosamente alimentan a su clientela) debe desaparecer. Esperamos nuevos liderazgos capaces de proponer un gran proyecto nacional que trascienda esta gris transición y haga factible un futuro mejor para todos.