En muchas ocasiones pensamos, decimos y actuamos como si a los jóvenes no les interesara la política. Pero no es cierto. Cada año, por la oportunidad que tengo de trabajar con varios que están entre los 18 y los 28 años, veo que sí se interesan por ella y que solo hace falta hablar, contarles historias, para que se enganchen y, sobre todo, digan lo que en realidad piensan. Algunos, aunque no siempre lo dicen con esas palabras, les importa el país, porque si esperan y aspiran vivir aquí y les preocupa lo que les están dejando las generaciones que los preceden.
Permítanme les cuento dos historias distintas. Una es de dos jóvenes de 21 años, uno estudiante de Derecho y otro de Finanzas, de dos universidades distintas, que hablaban sobre la crisis eléctrica, la molestia por los cortes de luz y las medidas que ha tomado el Gobierno.
De alguna forma aceptaban -no con todo el agrado- no tener luz en su casa y que deban pasar más tiempo en sus universidades, en sitios de coworking o donde otros familiares a los que no les tocó el turno de quedarse a oscuras. Sin embargo, les inquietaba y se preguntaban con indignación cómo iban a trabajar las empresas, cómo se mantendrán los empleos y -esta fue la pregunta que más me gustó- por qué dependemos de las lluvias.
En su cabeza no tiene sentido que en pleno siglo XXI, cuando casi todas las actividades dependen de la energía, debamos esperar que llueva 15 días seguidos y con fuerza, para que no quiten la luz. “¿No hay planificación en el país?, ¿a nadie se le ha ocurrido trazar un plan para tener diferentes formas de energía?, ¿por qué nadie se para y reclama?”.
En ese momento, me moría de ganas de interrumpir la conversación, para felicitar a los dos jóvenes, no solo por preocuparse por lo que ocurre a su alrededor, sino porque las preguntas están correctamente planteadas. Llevamos décadas con un problema, como todos los demás del país, al que eludimos, con la esperanza de que el otro haga algo y si nadie hace nada, asumimos la posición del “ni modo”.
El segundo ejemplo ocurrió a la salida de una clase de pregrado, cuando uno de mis estudiantes me pidió que le explicará el problema del IESS. Entendía que la seguridad social es importante para los jubilados, pero le preocupaba empezar a trabajar y tener que forzosamente pagar a una institución que, claramente, estaba quebrada, mal administrada y que nadie quería ponerse el problema en los hombros para solucionarlo.
Más allá de la explicación que le di, esto me ratificó que hay jóvenes que sí miran al país, que les duele, que les preocupa y que no quieren afrontar un futuro más incierto y con responsabilidades que, en realidad, no son de ellos, sino de los que somos mayores.
Esos jóvenes, al igual que otros muchos ciudadanos, estamos cansados de esa mala política implantada en el país hace mucho, del oportunismo y la inercia, que nos tiene paralizados. Me quedo con la esperanza que me han dejado estos chicos y otros más con los que me he cruzado en el camino.