En una carta a su amigo Francesco Vettori, fechada en Florencia, en abril de 1513, Maquiavelo escribió estas palabras:
“La fortuna ha hecho que, no sabiendo razonar del arte de la seda ni del arte de la lana ni de ganancias ni pérdidas me convenga razonar sobre el estado. Y por ello hago votos para quedarme callado o hablar solamente de esto último…Si las virtudes que un tiempo reinaron y el vicio que ahora reina no fuesen más claros que el sol, yo debería estar hablando con retención y prudencia. Pero como la realidad es tan manifiesta que todos la ven, tendré el ánimo de decir lo que entiendo sobre el tiempo pasado y el presente a fin de que en el ánimo de los jóvenes que lean estos mis escritos puedan mis razonamientos incitarlos a huir de estos vicios y a hacer suyas aquellas virtudes.”
Es indudable la sabiduría del escritor florentino, presto a guardar silencio en materia sobre la que no pudiere exhibir conocimientos suficientes, pero resuelto a pronunciarse con ánimo sobre “los vicios que ahora reinan”, para contraponerlos a las “virtudes que un tiempo reinaron”, a fin de que la juventud, movida por la elocuencia de los hechos, pueda huir del mal y practicar el bien.
En las últimas semanas, el Ecuador ha sido testigo de actos de corrupción descubiertos gracias a investigaciones privadas, sobre los cuales la ciudadanía, la prensa libre y aún algunos miembros del partido del gobierno han expresado su condena. El gobierno ha reclamado para sí el mérito de haberlos revelado, pero ¿cómo puede esto ser creíble si, en uno de sus habituales actos de demagogia, ha querido negar sus responsabilidades inclusive mediante el recurso teatral de aducir que desconocía hasta el nombre de los presuntos culpables?
La corrupción está más clara que el sol y la historia no tardará mucho en crear las circunstancias para que, con imparcialidad y despojada de todo ánimo de venganza, la justicia pueda pronunciarse sobre los tiempos actuales en los que sin duda alguna, Maquiavelo pediría a la juventud que, evitando los malos ejemplos, se empeñe en trabajar para retornar a la práctica de las virtudes.
La corrupción no la protagonizan solamente los que delinquen en el ejercicio de su cargo, sino también quien ha venido acumulando poderes para actuar sin controles y nombrar a colaboradores con los que después quiere poner distancias.
Al desaprensivo manejo de los fondos públicos se ha sumado, en los últimos días, la conducta de jueces atrabiliarios que han considerado que su condición de administradores de la justicia les permite usar ese cargo, que en todas partes se otorga a los ciudadanos más ejemplares por conocimientos y virtudes, para amenazar a sus conciudadanos. He allí otra muestra de cómo el poder se puede utilizar no para servir sino para amedrentar e imponerse.