Conciencia ciudadana

La psicología distingue entre, del un lado, el comportamiento egocéntrico, típico de niños pequeños que consideran que solo ellos importan, y, del otro lado, el comportamiento sociocéntrico que asigna sustancial importancia, y en determinados momentos hasta prioriza, las necesidades de los demás.

Una manera de entender la madurez humana es, precisamente, en términos de un más frecuente y más fácil equilibrio entre “yo” y “tú”, “nosotros” y “ustedes”.Hay una clase de comportamiento que, sin revestir la gravedad de otros terribles, merece nuestra atención porque nos permite observar, todos los días y por los miles, ejemplos de un generalizado egocentrismo en nuestra sociedad. Me refiero al comportamiento de muchísimos conductores que detienen sus vehículos inmediatamente detrás de los que van delante de ellos, sin que les importe si bloquean o no el tráfico que viene por la calle transversal. La alternativa sociocéntrica, evidentemente racional desde la perspectiva social, sería detenerse unos tres metros atrás del vehículo que va adelante, y dejar libre la intersección. Pero no. Entre nosotros, la vasta mayoría bloquea las intersecciones.
¿Ocurre esto en otros lados? No. En muchos países del mundo, los conductores son considerados unos con otros y se dan paso mutuamente. Pero en los nuestros, el tráfico sigue siendo frustrantemente desordenado, dolorosamente egocéntrico.
El argumento que uno oye es que “eso es cultural”, como si “la cultura” fuese una realidad que nunca podremos cambiar, como el calor del sol o el frío de los páramos. Pero la cultura, nuestra cultura, puede ser lo que nosotros decidamos hacer de ella. Podemos reflexionar sobre lo irracional que resulta bloquear las intersecciones, más aún si no derivamos ningún beneficio de hacerlo.
Y luego de reflexionar sobre ese ilógico comportamiento, podemos cambiarlo. La buena noticia es que –como no sucedía antes- de tiempo en tiempo podemos ver a algún conductor que deja libres los proverbiales tres metros por delante. A veces, incluso, lo hace uno, contagia a otros, y logran cruzar tres, cuatro, cinco sorprendidos ciudadanos.
Si ese cambio tan básico se va haciendo más y más común, tal vez podamos luego reflexionar sobre tantas otras taras –abusos, irrespetos, prepotencias y violencias- de las que permanecemos prisioneros porque “son culturales”. Podremos reflexionar sobre la cultura misma y sobre nuestra capacidad para moldearla, en la espontánea y autodirigida maduración de una sociedad en la cual, gradualmente, crece la consciencia ciudadana. Así el egocentrismo en el tráfico puede volverse una ventana no solo a la observación de comportamientos generalizados, sino una ventana al cambio profundo.
Pero no nos adelantemos. Todo viaje, por largo que sea, avanza de tres metros en tres metros.
jzalles@elcomercio.org