Una causa social con fundamentos difícilmente se la puede parar, aún más si hay una consciencia colectiva, a menos de incrementar el conflicto y posponer así los resultados.
Con la idea de un Estado Nación, un grupo humano con tradición cultural, identidad, generalmente idioma, autoridades y gestión social propios podrían formar Estado. En los hechos, el Estado Nación pierde sus atributos y no es verdad que cada pueblo deba necesariamente tener un Estado. Tendríamos miles de Estados. Existen, sin embargo, pueblos que además de este pasado, ya tenían sus autoridades y las pierden en alguna conquista, pero luego no admiten más al vencedor de ayer. Quebec en Canadá, Cataluña y países vascos en España y Escocia en Gran Bretaña están en esta situación y tienen una voluntad difusa en la sociedad de independencia.
Cataluña va a ello con un referendo indirecto sobre la independencia. Se pretendía elegir una mayoría legislativa independentista que convoque a un referéndum sobre su independencia. Los resultados no son una victoria real independentista. La mayoría de votantes no escogió a partidos independentistas, aunque estos tengan una pequeña mayoría de parlamentarios. En Quebec, un referendo explícito sobre la independencia perdió por 1% de los votos. En estos casos, el Canadá anglófono como Madrid, reducen este enraizado y complejo fenómeno social, a una disputa con los independentistas. No es una visión de largo plazo y se aferran a negar el derecho a la diferencia. Mas Madrid rehúsa un sistema realmente federalista y no abandona la idea de España unista, una, más consolida los justificativos para una separación unilateral. A ello va Cataluña. La miopía de Madrid es de talla con la decisión judicial de perseguir por separatista a Mas, presidente del Gobierno seccional catalán.
En la actualidad, el pluriestatismo que dé vida al pluriculturalismo es necesario. Negar el derecho a una gestión propia a pueblos con larga historia de autoridad propia, economía floreciente, sociedad civil activa, conciencia cultural y de afirmación es no ver la realidad. Para enfrentar el cambio, que pesadas son las mentalidades ancladas en un pasado de gloria que no es más, como la castellana.
Ecuador no escapa al problema, a otro nivel. Se ha dotado de normas constitucionales descentralistas y de derechos colectivos para pueblos indígenas y afroecuatorianos, pero el gobierno rápido les trastocó con un nuevo centralismo. No capta aún el valor de la diferencia de pueblos sino como folclore y discurso político útil, cuando la sociedad ecuatoriana, a pesar de sus marcadas desigualdades sociales y autoritarismo en ciertas relaciones, hizo ya un salto en revalorizar a estos pueblos y aceptó el reconocimiento de las diferencias. El matrimonio entre tradición caudillista con el jacobinismo de la izquierda han dado este y otros retrocesos históricos.