El miércoles, en un operativo sin precedentes, mientras miles de liguistas sufrían por la derrota de su equipo frente al club de fútbol Boca Juniors, decenas de vehículos de esos hinchas eran trasladados por grúas y plataformas a los centros de retención vehicular por encontrarse estacionados en lugares prohibidos.
La reacción social por lo sucedido ha sido dispar. Muchos creen que la acción es digna de felicitación, encuentran en lo hecho por la Alcaldía un mensaje de compromiso con el cumplimiento de la ley, el uso adecuado de los espacios públicos y una forma de poner fin a la idea generalizada de Quito como ciudad desordenada, caótica, en la que se puede hacer cualquier cosa.
Para otros, la Agencia Metropolitana de Tránsito y su alcalde Jorge Yunda, reconocido hincha de otro equipo de fútbol, exageró y envió un mensaje de provocación a los fanáticos de Liga que desde hace muchos años se habían acostumbrado a estacionar en esos lugares -en los partidos de alta afluencia de público- sin que las autoridades tomen acción alguna.
Lo que sucedió, y el debate que esto ha provocado, es un ejemplo del estado de anomia en que vive nuestra sociedad desde hace muchos años, en donde el incumplimiento generalizado de las reglas, en muchos casos a vista y paciencia de las autoridades encargadas de hacerlas cumplir, es evidente. Se ha reforzado la idea -históricamente arraigada- de que las normas se aplican selectivamente y son ineficaces para regular el comportamiento social; sea por desidia o por corrupción es fácil librarse de las consecuencias de su irrespeto.
Es una paradoja, en la práctica vivimos en una sociedad híper regulada, en la que se multiplican leyes, decretos, reglamentos, ordenanzas que dejan pocos temas sin regulación. Muchas de esas normas son obvias y son violadas con frecuencia a la vista de todos, como pasa con las de tránsito; otras se conocen muy poco, por ejemplo las referidas la tenencia de mascotas; y otras son prácticamente desconocidas, como las referidas al ruido.
La nuestra es una sociedad de la excepción, del “a mí no”, “no sabes con quién te metes”. Todos los días muchos vemos con impotencia cómo se incumple con reglas básicas de convivencia y asistimos a la frustrante experiencia de presentar denuncias que se quedan atrapadas en un laberinto burocrático de incompetencia y lenidad, en el que muchas veces el denunciante termina acusado y defendiéndose.
Solo el tiempo nos dirá si lo hecho por el alcalde Yunda con los vehículos mal estacionados en las afueras del estadio de Liga, es una expresión de un fuerte compromiso con la aplicación de las normas, un esfuerzo por terminar con el caos que parece haberse tomado la ciudad y con el objetivo de mejorar la calidad de vida, o simplemente se trató de una acción aislada e inútil que confirmaría la idea de que las normas en nuestra sociedad se aplican de manera selectiva por conveniencia o antipatía.