Su vocación misionera debió llevarle a Jorge Mario al sacerdocio. Dados los antecedentes históricos, la Compañía de Jesús era una opción. A poco de fundada, se les vio a los jesuitas dirigirse en plan misionero por el Occidente hasta allende los mares. Así llegaron a América, de ahí a Filipinas, Japón y el resto de Asia. Infatigables, con una determinación tal como que lograron llevar el mensaje de Jesús en el idioma de los nativos.
En sus misiones, más prósperas que ricas, los jesuitas lograban que el hombre de América, al desarrollar sus potencialidades sin traumatismos, fuera ubicándose en la Edad Moderna. Fue la causa de la confrontación entre las autoridades españolas y la Compañía de Jesús. Obligados a replegarse, los jesuitas crearon sus famosas bibliotecas, pues serían los libros las armas poderosas con las que los americanos lograrían su independencia. La Compañía de Jesús fue expulsada de las colonias españolas en 1767. Retornaron 100 años más tarde, nuestros 100 años de soledad, con pocos ánimos misioneros y más énfasis en la educación de las élites, en el supuesto que los principios cristianos guiarían los pasos de los gobernantes. El resultado, un fiasco histórico.
Patético el caso de nuestro país. Por excepción, los hermanos Gortaire, jesuitas, y unos pocos más, como misioneros entre los más pobres, los indios de la provincia del Chimborazo. Tengo entendido que tan solo en la República de El Salvador, los jesuitas lograron crear una corriente universitaria cuyo pensamiento se enfrentaba, Evangelio en mano, al sistema que a los más les negaba los derechos básicos del hombre y el ciudadano. Se sabe de casos aislados de jesuitas heroicos que se enfrentaron a esas dictaduras salvajes de Brasil y países del Cono Sur. ¿Qué de extraño resulta que la vocación misionera de centenares de jóvenes jesuitas se viera frustrada y con amargura se decidieran por la vida seglar? También en España y otros países europeos los jesuitas se dedicaron a la enseñanza. Con posterioridad a la Guerra Civil (1936-1939), la situación de la Compañía de Jesús era la de un desastre anunciado. Tibio su apoyo a Franco. Los obispos vascos, en su mayoría jesuitas se habían pronunciado a favor de la República. Por los años cincuentas en que residí en Madrid, en los ambientes universitarios de hablaba del P. Llanos, jesuita, a quien conocí. Llevaba su labor misionera en ese infierno que era el Pozo del Tío Raimundo: miles de chabolas en los suburbios de Madrid, sin servicios básicos, gentes desesperadas, los vencidos y excluidos. Como noticia de prensa, supe que falleció y también que se había afiliado al Partido Comunista.
Salir de misiones, llegar a los pobres -produciendo “líos”-, el mensaje del papa Francisco, jesuita excepcional que ha vivido lo que propone.