Ian Buruma
Project Syndicate
En un momento en que una ola de populismo de derecha está arrasando en Europa, Estados Unidos, India y partes del sudeste asiático, Japón hasta el momento parece ser inmune. No existen demagogos japoneses, como Geert Wilders, Marine Le Pen, Donald Trump, Narendra Modi o Rodrigo Duterte, que hayan explotado los resentimientos acumulados contra las elites culturales y políticas. ¿Por qué?
Quizá lo más cerca que haya estado Japón fue el ex alcalde de Osaka, Toru Hashimoto, que primero se hizo famoso como personalidad de la televisión y luego, en los últimos años, cayó en ridículo cuando elogió el uso de esclavas sexuales en tiempos de guerra por parte el Ejército Imperial Japonés. Sus visiones ultranacionalistas y su aversión a los medios liberales fueron una versión familiar del populismo de derecha. Pero nunca llegó a entrar en la política nacional.
Hashimoto ahora le brinda asesoramiento gratuito al primer ministro Shinzo Abe sobre cómo ajustar las leyes de seguridad nacional. Y allí reside una explicación para la aparente falta de un populismo de derecha en Japón. Nadie podría estar más identificado con la elite política que Abe, que es nieto de un ministro de gabinete de guerra y luego primer ministro, e hijo de un ministro de Relaciones Exteriores. Y, aun así, comparte la hostilidad de los populistas de derecha hacia los académicos, periodistas e intelectuales liberales.
La democracia japonesa de posguerra estuvo influenciada en los años 1950 y 1960 por una elite intelectual que conscientemente pretendía alejar a Japón de su nacionalismo de tiempos de guerra. Abe y sus aliados intentan acabar con esa influencia. Sus esfuerzos por revisar la constitución pacifista de Japón, restablecer el orgullo de sus antecedentes de tiempos de guerra y desacreditar a los medios tradicionales “elitistas”, como el periódico de centro-izquierda Asahi Shimbun, les ha valido el elogio del ex estratega de Donald Trump, Stephen Bannon, quien definió a Abe como “un Trump antes que Trump”.
En algunos sentidos, Bannon tenía razón. En noviembre de 2016, Abe le dijo a Trump: “Logré domesticar al Asahi Shimbun. Espero que usted también logre domesticar a The New York Times”. Aunque fuera una broma entre dos líderes supuestamente democráticos, fue vergonzoso. De manera que se podría decir que hay elementos del populismo de derecha presentes en el corazón del gobierno japonés, representados por el vástago de una de las familias más elitistas. Esta paradoja, sin embargo, no es la única explicación para la ausencia de un Le Pen, Modi o Wilders japonés. Para que los demagogos puedan agitar resentimientos populares contra los extranjeros, los cosmopolitas, los intelectuales y los liberales, deben existir disparidades financieras, culturales y educativas enormes y obvias.