Hay artistas que nacen con estrella. Buenos o malos se publicitan y venden magníficamente a coleccionistas, marchantes o a organismos estatales. Muertos o aun vivos, persisten en el imaginario de burócratas que tienen una lista fija para invitarlos a ellos o a su obra a representar al Ecuador en alguna muestra o feria. Y con ello el número de pintores (los demás medios artísticos son incómodos por el peso, la menor vistosidad o por su calidad de efímera) es reducido y la representatividad del país, pobre, muy pobre. Tampoco ayuda la falta de una política cultural que planifique la recuperación de su historia cultural, arquitectura, arte modernos, por mencionar un rubro sumamente descuidado por la academia y el Estado. Con el término recuperación hago referencia no solo a la investigación del fenómeno, del artista/arquitecto, colectivo, y la consiguiente difusión o reflexión, sino su recuperación también en términos de conservación y puesta en valor; del diseño de planes turísticos y educativos que permitan conocer o reconocer la obra dentro de nuevos circuitos que rompan con lo que tradicionalmente se muestra y se valora.
He pensado en esto por años. Compañera del muralista y diseñador Eduardo Vega, me impongo la tarea, conjuntamente con el crítico de arte Cristóbal Zapata, de estudiar su vida y obra. Al hacerlo y publicar hace poco un libro, salta el nombre de un gran compañero de fórmula en los murales del Municipio de Quito: Vega en el hall de entrada, Jaime Andrade en el del Salón de la Ciudad. Conocí a Andrade en Puembo, joven pude apreciar su versátil y magnífica obra escultórica, de grabado y muralística; gozar de una muestra antológica que le organizara el exmuseo del Banco Central del Ecuador, de revivir algunas historias de su encuentro con Lloyd Wulf, el gran artista que pasara varios años en Ecuador, sus viajes y gustos por el folclor y la recuperación de materiales poco valorados, hermosas piedras de río que integrara en sus montajes.
Nace en 1913, son ahora 100 años que merecen ser celebrados. El Instituto Metropolitano de Patrimonio tiene en sus manos los originales de un libro (2010) que hicieran sobre el varios autores bajo la coordinación de su hijo Jaime: Lenin Oña, Patricio Vélez, Milagros, María Helena Barrera. Publicarla es un deber; con ello convendría recoger la obra dispersa, exhibir virtualmente sus murales en una nueva antológica en que se haga una relectura de su obra. Volver sobre los pasos de su obra publica maltratada, antiguo Banco de Préstamos o del antiguo aeropuerto, entre muchos otros, y restaurarla. Crear circuitos de visita de su obra e integrarla al imaginario de la ciudad y del país. Estas serían algunas ideas para celebrar su onomástico y dejar de pensar que el arte ecuatoriano empieza y termina en los consabidos indigenistas y “folcloristas”.