Un puente. Sí, Jack White hace las veces de viaducto entre los sonidos algodoneros del Mississippi más insondable, las cenagosas aguas del río, los cantos de los esclavos, las guitarras chirriantes, el blues más azul, con los estruendos y avatares del rock posmoderno. Con su estampa de un personaje salido mágica e inesperadamente de las páginas y de las ilustraciones de Alicia en el País de las Maravillas- la palidez extrema y exagerada, las ojeras pronunciadas y radicales, el desordenado pelo oscuro, la mirada severa y astuta, la afición por los sombreros y por lo caricaturesco- White es también un guitarrista sanguinario y un compositor de envidia. Pónganse a pensar que tiene un pie en cada mundo: por un lado su música es reminiscente de los más viejos clásicos negros, como Son House o John Lee Hooker, pero por otro, marca el camino por donde debe peregrinar el rock contemporáneo, el rock estrepitoso, el rock del estruendo. Es que White es también un artista del ruido, un arquitecto de las construcciones sónicas más atronadoras y audaces.
En sus varias formas, y a bordo de sus distintos proyectos y heterónimos (los White Stripes, los Raconteurs o Deadweather) Jack White practica una variedad de rock en estado puro (hay que ser políticamente correctos), un rock belicoso y pendenciero, histriónico, distorsionado, frontal y teatral. No solo puede ser rock de garaje, sino de pelea callejera, rock de patear latas y piedras, rock de escupir en las veredas. Además, su música también tiene ángulos oscuros, guiños de ojo al rock-glamour de Marc Bolan y T-Rex, o de alguna de las personalidades de David Bowie en algún punto del tiempo. Jack White, cuando comanda una banda puramente masculina, o cuando lo secundan mujeres (es verdad, alterna dos grupos cuando toca en vivo, según le dé la gana) refleja así mismo la rabia de los tiempos que corren, el ímpetu de las protestas en las plazas de las capitales, el arranque de las barras futboleras (que al ebrio unísono entonan “Seven Nation Army”). Aunque no se lo proponga.
Un animal de la guitarra eléctrica. Sí, también es una bien engrasada y tonificada máquina de la guitarra eléctrica: en sus manos el instrumento puede ser, a un tiempo, una ametralladora que tabletea o un violín melodioso. Él mismo se encarga de encontrar tonos mercuriales más perfectos, recónditos ecos inéditos, acordes insurgentes, notas brutales, rasgados mordelones, puntadas cálidas en las seis cuerdas. Todo esto me recuerda a lo que Vernon Reid, de Living Colour, decía de Jeff Beck, un maestro de diferente estirpe y connotación: “Si la guitarra es una mujer él es su más ardiente y celoso amante…” Jack White, Marañón o la guerra.