La cabra siempre tira al monte. Así pudiera resumirse al encuentro de movimientos sociales y grupos de izquierda realizado el pasado 9 de agosto. Organizaciones indígenas, ecológicas, de mujeres, de estudiantes, de obreros, de maestros; dirigentes históricos, intelectuales, activistas, figuras políticas relevantes, artistas… volvieron a encontrarse en el viejo y emblemático Teatro Prometeo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, espacio e ícono de la izquierda desde su construcción, allá por los años 70. Es posible afirmar, sin temor a equivocarse, que toda la tendencia estuvo allí, marcando una distancia crucial con la revolución ciudadana. Fue un reencuentro con su estilo y sus manías, con su diversidad y su dispersión, con sus ilusiones y miedos, con sus fracasos y esperanzas, con sus pasiones y recelos. Una vuelta a los orígenes.
Los discursos y las acusaciones en contra del Gobierno y del Presidente fueron duros, como si con ellos pretendiera exorcizarse al fantasma de los espejismos políticos.
Parecía el fin de otro de los tantos periplos de la izquierda detrás de una ilusión electoral.
Desde los intentos fallidos junto a Frank Vargas y Freddy Ehlers, hasta los triunfos escamoteados por Gutiérrez y Correa, queda al final un áspero tufo a desencanto, más corrosivo por ser reincidente.
Tanto al Gobierno como al movimiento Alianza País les será cada vez más difícil apropiarse de las banderas de la izquierda. Un proyecto ambiguo, un liderazgo personalista y un manejo antiético de la política parlamentaria, distan mucho de los ideales de cambio que caracterizan a esta corriente ideológica. Por primera vez en estos cuatro años, la disputa proviene desde sectores con raíces más antiguas y legítimas que las del oficialismo.
A esto hay que añadir que la propia composición del Gabinete, así como las peculiaridades de las máximas autoridades del oficialismo, tienden una sombra de suspicacia respecto de la verdadera orientación del Gobierno.
De acuerdo con una publicación de la revista Mi País, en la cual se analiza detalladamente a los principales personeros del Gobierno, el 80 por ciento tiene una formación y una trayectoria de derecha.
Los paralelismos que varios expositores hicieron entre este Gobierno y otros de derecha, incluido el de León Febres Cordero, denotan una indignación que dificulta o impide cualquier diálogo. Y no es para menos. La prisión de un dirigente social en Cuenca ratifica el sesgo autoritario del Régimen; el nombramiento de un dirigente indígena como embajador en Bolivia atiza los temores sobre una estrategia divisionista en contra del movimiento indígena, principal convocante del evento.
Cualquier similitud con el pasado ya no parece una mera coincidencia.