No digo que estemos viviendo el crepúsculo de las ideologías, pero cada vez se vuelve más difícil saber qué es la izquierda y qué la derecha, así como ubicar al personal de forma clara. La “foto de familia” de la Celac, recientemente celebrado en la Mitad del Mundo, muestra, por lo menos, dos mundos latinoamericanos bien diversos y confusos.
A pesar de las sonrisas de unos y otros, el ideal de una patria grande tendrá que armonizar no pocas diferencias y ambigüedades. Al final, más allá de los discursos, será la economía la que mande. De hecho, la crisis económica en Latinoamérica y las posibles medidas para enfrentarla fueron los temas centrales del encuentro. Ciertamente, la economía manda. Dicen que en China hoy son más los inversores que los miembros del Partido Comunista. ¡Ay, si don Mao levantara la cabeza!
En esta América Latina, eternamente populista, quien se opone a los gobiernos “de izquierda” termina siendo “de derecha”. No importan los planteamientos, la trayectoria o el debate. Importa el poder puro y duro. Y, en función de él se relativizan no pocos valores y procedimientos éticos, que son los que definen la legitimidad democrática.
¿Será suficiente con reducir la brecha entre ricos y pobres, construir megaestructuras o ampliar las prestaciones sociales? Todo ello, dentro de los parámetros de una buena planificación y desarrollo es, sin duda, necesario; pero no es suficiente. Y es que los derechos sociales no deben opacar los derechos humanos y políticos. Si queremos construir país y continente, tendrán que ir de la mano.
No basta decir que somos de derecha o de izquierda si lo que está en juego es el botín o el poder de la troncha. Al margen del bien común, de las libertades, de la inclusión social y de la dignidad de la persona, ser de izquierdas o de derechas se vuelve irrelevante y confuso. Durante décadas, el populismo latinoamericano lanzó encendidas proclamas anticapitalistas sin tocarle un solo pelo al capitalismo.
La Doctrina Social de la Iglesia cuestiona un concepto político hoy común, pero que no puede ser fácilmente aceptado, éticamente hablando. Me refiero al de la “verdad variable”, hija bastarda del relativismo moral, algo aceptado por muchos según los diversos equilibrios políticos, las coyunturas y los intereses… Fue San Juan Pablo II, en su carta encíclica Centesimus Annus, quien decía: “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo, visible o encubierto”. Si esto es así, ¿qué significa ser de izquierdas o de derechas?
En un año electoral, el pragmatismo político tiende a simplificar las cosas, radicalizando posturas y discursos, encasillando al personal. Fácilmente nos olvidamos de que las auténticas motivaciones del voto no pueden estar en el estereotipo o en el prejuicio, sino en los valores morales y en las reales necesidades de la gente. En esta armonía descansa el sentido democrático de la vida y de la política, más allá de que uno sea diestro o zurdo.
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