Nada se acaba, hasta que se acaba es mi traducción silvestre de: It isn’t over until it’s over, una frase que generalmente se aplica (para bien o para mal) a situaciones amorosas. Pero qué pasa si la trasladamos a la arena de la política. Pasa que estas siete palabras adquieren una dimensión pavorosa.
Coincidirán conmigo en que a un político caducado se lo puede distinguir a kilómetros, incluso a través de la pantalla de televisión, de Facebook o de Twitter. Es indisimulable, y es triste. Porque ya todos sabemos que no va más, pero por alguna razón el tan ansiado final no llega, aunque el tinglado entero se venga abajo y los rostros iluminados por la ilusión y el ímpetu (de mandantes y mandatarios) se hayan ajado y amargado.
Sin embargo, ahí siguen todos sin dejar que la situación termine, evolucione. Sé de países que creen, permanentemente esperanzados, que esa sí será la última barrabasada que será capaz de decir como servidor público de alto rango el susodicho. Pero no. Horror: nada se acaba hasta que se acaba.
De repente, el susodicho (o susodicha; que las hay, y muchas) se las ingenia para aparecer en una nueva cartera de Estado, luciendo sin sangre en la cara una flamante posición. O, peor aún, sigue ejerciendo el que ha decidido sea su sempiterno cargo, aunque ya se nota claramente que no debería seguir ahí, que está desvariando, que incluso para él o ella el asunto es insufrible. ¿Será que por algún misterio doloroso no se acaba?
Aunque no combine con el espíritu de Semana Santa, me aventuro a decir que nada tiene de sobrenatural ni misterioso –aunque sí mucho de doloroso– este fenómeno. Por el contrario, es obvio que si no queremos que una situación se acabe, cuando ya debería acabarse, es que tenemos un problema relacionado con las emociones. Perdonen la psicología barata, pero aquí va mi teoría.
Los psicólogos llaman a este tipo de conexión simbiosis. Grosso modo, se trata de una relación estrecha entre dos organismos que no pueden vivir el uno sin el otro; pese a que no sea saludable. Por eso la relación no se acaba, con el riesgo altísimo de que se acaben el uno al otro, el uno a los otros, o los otros al uno, y así… modalidades no faltan. Mientras más involucrados haya en la simbiosis, mayor el estropicio.
Créanlo o no, hay sociedades enteras, millones de personas, que están embarcadas en una relación simbiótica con los administradores de sus bienes y sus leyes. Lo terrible es que malviven, porque se encuentran en una situación boleril: ni contigo ni sin ti. Feísimo.
Bueno, ya tenemos el diagnóstico, ahora falta que alguien ayude con el remedio y nos cuente ¿cómo se hace para decidir y decir: it’s over? Por si acaso, no se aceptan sugerencias de derrocamiento, porque esa sería la manera más efectiva de que nunca se acabe.