Tantas vidas, como mundiales vividos
Cuatro años se dicen rápido, pero en cuatro años cabe toda una vida. Y cada Mundial de Fútbol -desde que tengo uso de razón- me ha confirmado esta teoría, simple e irrebatible: nunca dos mundiales me han encontrado siendo la misma.
Por ejemplo, en España 82 bien pude haberme declarado la enemiga pública número 1 del fútbol. Cada partido se me antojaba una tortura eterna a la que me sometía mi papá. De hecho, ver a Naranjito salir en la televisión era el equivalente a la muerte por aburrimiento.
En cambio en 1986, de haber sabido su significado hubiera empleado la palabra regocijo para describir lo que sentí al ver en acción a la famosa ‘mano de dios’. Qué griterío y qué orgullo. Sí, orgullo, porque para entonces, al igual que mi papá, yo idolatraba a Maradona (algunos años después dejé de hacerlo). El de México fue el último Mundial en el que creí que las cosas en las que creían mis papás eran verdad y eran correctas; de ahí en más empecé a ejercer el criterio propio.
Para Italia 90 mi chauvinismo latinoamericano seguía intacto y me enfureció el triunfo de Alemania sobre Argentina en la final. Cosas de la vida, en Brasil 2014 me encantaría ver campeón a Alemania. El mundo ha cambiado tanto que seguir atados patrioterismos (de patrias grandes o chicas) es asfixiante.
Estados Unidos 94 está grabado en piedra en mi historia personal, porque mientras la gente se arremolinaba alrededor de los televisores, yo empezaba a buscar historias para contar. En pleno Mundial comenzó mi carrera de periodista, como pasante; de hecho, una de las primeras notas que publiqué describía la atención en oficinas públicas durante los partidos. Con mi mano adornada con un tatuín de Striker tomaba nota de todo lo que veía, como los inolvidables tres guardias municipales con la oreja pegada a un mismo radio transistor.
Francia 98 pasó para mí sin pena ni gloria; es una especie de agujero negro en mi calendario futbolístico. De lo único que me acuerdo es de ‘La copa de la vida’, esa gran canción de Ricky Martin, que hasta ahora ninguna ha superado.
Y está el imborrable Corea-Japón 2002, no porque clasificamos, sino porque mi hermano Daniel completó en tiempo récord su álbum, hinchó con fervor por España (una vez que Ecuador fue eliminado) y ese mismo año fue el último que estuvo entre nosotros. Desde ese annus horribilis soy un poco más triste.
De Alemania 2006 recuerdo sobre todo que volví a verlo en bares y en casas de amigos, porque también había vuelto a mi condición de soltera, tras haber compartido dos mundiales con el que fuera mi esposo (¿cuántos mundiales les han durado a ustedes sus parejas?).
Sudáfrica 2010 me encontró nuevamente en ‘modo’ enamorada, con un montón de planes y con un trabajo lleno de responsabilidades. Y para Brasil 2014 sobreviven el trabajo y las responsabilidades; en esta reencarnación ya estoy aprendiendo a no hacer planes.
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