La decapitación ante una cámara del periodista norteamericano, James Foley, ha puesto en escena ante la opinión pública mundial no solo el grado de crueldad y violencia que vive actualmente Oriente Medio sino incluso el aparecimiento de nuevos grupos que están desestabilizando países y poniendo en peligro a toda una región. Uno de estos grupos es el llamado “Estado Islámico”.
A diferencia de otros grupos extremistas, el Estado Islámico está presente en Iraq y Siria, tienen en sus filas a extranjeros (cerca de 500 jóvenes provenientes de Inglaterra, Francia, Alemania, España, entre otros), poseen armas sofisticadas (buena parte suministradas por Occidente), controlan campos petroleros, cuentan con más de USD 2 000 millones y, lo más preocupante, se han puesto como meta restaurar un califato con proyecciones realmente preocupantes.
Sus partidarios siguen la doctrina wahabí (salafista), una interpretación del islam suní. Varios analistas encuentran en esta doctrina la base del radicalismo religioso. Aunque no todos los creyentes wahabíes apoyan el uso de la violencia, la mayor parte de los grupos islamistas violentos tienen fuentes salafistas.
Se les llama “yihadistas”.
Su nivel de radicalidad les ha llevado a la práctica no solo de degollamientos sino incluso de castigos físicos como la amputación de manos a ladrones, lapidación de personas por cometer adulterio, entre otros. Estas normas se parecen mucho a las impuestas por el talibanes en Afganistán. En el caso de las mujeres, no pueden ir solas por la calle. Deben estar acompañadas de un hombre. Incluso está prohibido que trabajen fuera de casa, a menos que sean ginecólogas o enfermeras.
No obstante, pese a haber sido un grupo minoritario en Iraq y Siria, su abundante financiación ha hecho que otros grupos insurgentes se unan al Estado Islámico, ganando fuerza y convirtiéndose ahora en una peligrosa vía hacia el poder.
Es curioso constatar cómo una situación que ya de por sí era crítica, se ha vuelto peor no solo por factores internos sino incluso por la propia intervención de Occidente. Lo que pasa en Siria y en Iraq no son guerras convencionales, sino guerras de carácter irregular y asimétrico.
El crecimiento y expansión del Estado Islámico ha hecho que Occidente se replantee sus alianzas y, por qué no decir, esté encontrando aliados en los enemigos de antes: las milicias chiíes, el régimen de Bachar el Asad o el Irán de los ayatolás.
Como ha dicho Obama en días pasados, la complejidad, urgencia y escala de las amenazas que ahora enfrenta Estados Unidos y Occidente, requiere de grandes esfuerzos en el campo estratégico. El desafío es mucho mayor del que generó en su momento Al Qaeda. Por ello, más que una estrategia de contención frente a la amenaza del Estado Islámico es necesario emprender acciones conjuntas para frenar el avance y neutralizar su poder creciente en Iraq y Siria.