Las ideas son tan poderosas que por ellas el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor, de lo sublime y lo abominable.
Cuando grupos -pequeños o grandes- comparten interpretaciones de la realidad que consideran irrebatibles y sostienen que aquel que no comparta sus convicciones sea tratado como el “otro”, como prescindible, vaciado de dignidad, no merecedor de protección a su vida o integridad, se ha rebasado el límite de lo tolerable.
El discurso que difunde esas ideas, y obviamente sus acciones, están por fuera de la protección que brinda los derechos humanos a las ideas; No todas las ideas pueden considerarse valiosas, la historia ha probado que es tarea común enfrentar toda posición que fomente el odio, la superioridad, la negación del diferente.
Ideas políticas, filosóficas, científicas, religiosas nos dan un sentido de identidad, algunas presentes en el mismo espacio y tiempo incluso siendo incompatibles, porque quienes las propugnan y defienden reconocen que aquellos que no comparten su forma de entender el mundo tienen igual valor, al margen de la forma de vida que elijan, de las creencias que profesen.
Poner límites a las ideas que no aceptan la existencia de los diferentes es un riesgo para toda la Humanidad y no solo de aquellos que son objetos del odio.
Con la caída del muro de Berlín vivimos la ilusión de un cambio en la historia, que podríamos dejar atrás años de disputa ideológica que puso a la Humanidad al borde de la extinción.
La ilusión duró poco, pronto descubrimos nuestra equivocación, nuevas amenazas surgieron o se hicieron evidentes, frente a estas nada funciona para enfrentarlas, las tensiones son acciones revestidas de la certeza de quien cree que actúa por un designio divino, por una verdad revelada, por un dios.
Los ataques terroristas de Dáesh, el llamado Estado Islámico, o de Al Qaeda, en ocasiones parecen muy distantes a nuestras vidas, miles de kilómetros nos separan de esa violencia, de los muertos, de los atentados. A momentos sentimos que los muertos son un poco más cercanos, porque reaccionamos de forma diferente cuando los atentados son en Niza, París, que cuando se producen en Bagdad, Estambul o Bangladesh.
Difícil justificar este altruismo diferenciado, como también a la distancia es difícil entender lo que sucede ¿Es el Islam? ¿Solo algunos de sus seguidores? ¿Es una guerra de civilizaciones?
Me ha marcado la afirmación del pensador George Steiner: “No se puede negociar con el Islam, por dos motivos. A partir del siglo XV, el Islam rechazó la ciencia.
La verdad científica no es importante para ellos. Y ahí es imposible negociar. Segundo; el trato a la mujer. Maltratar sistemáticamente a la mujer como hace el Islam es eliminar a la mitad de la Humanidad”. Difícil aceptar que con el conjunto del Islam no se puede negociar y que no se trata de individuos extremistas sino de la religión misma. Espero que esté equivocado, se encuentra en juego el futuro de la Humanidad.