La abogacía es –todavía- una carrera predominantemente masculina. Pensar en abogados nos transporta con demasiada rapidez a un ambiente tradicional, conservador y con muy poco espacio para la diversidad. Con la sola excepción del sector público (donde las normas sobre paridad han favorecido el acceso de mujeres) es poco común en Ecuador encontrar a mujeres abogadas ejerciendo cargos directivos en estudios jurídicos, o fungiendo de árbitros, o compartiendo sus conocimientos como profesoras de derecho. Si algunas mujeres abogadas hemos alcanzado el espacio que anhelamos en esta profesión, se lo debemos a mujeres como Isabel Robalino.
Me resulta difícil imaginar lo que habrá sentido Isabel Robalino cuando fue admitida para estudiar derecho en la universidad. En sus clases habrá estado rodeada predominantemente de hombres. Todos sus profesores habrán sido hombres. Fue la primera mujer en graduarse de abogada por la Universidad Central. ¡La primera! Qué desafiante, la única mujer abogada en un juzgado. Cuántas veces la habrán tratado distinto o habrán intentado intimidarla sólo por el hecho de ser mujer. Todavía no cumplía treinta años y ya era Concejala de Quito. En 1966 fue diputada para la Constituyente y en 1968 fue la única mujer que llegó al Senado. ¡La única! Tan única que para muchos abogados que conozco, Isabel fue su única profesora de derecho mujer.
Me resulta aún más difícil imaginar mi propia vida si todas las puertas por las que he cruzado no estuviesen ya abiertas gracias a esa primera mujer abogada, profesora, senadora, luchadora. Hoy, las abogadas mujeres podemos apoyarnos en mentoras o en mujeres que nos sirven de inspiración al ejercer la profesión. A falta de un modelo a seguir, ser esa primera y única mujer abogada en tantos espacios dominados por hombres demandaba visión y convicción por la igualdad. Se requiere un alma muy valiente para enfrentar los prejuicios de la sociedad, apartarse de los patrones machistas de la abogacía y ejercer sin recelo una profesión dominada por hombres. Sin duda, cada paso dado por Isabel Robalino en el ejercicio de la profesión jurídica fue parte de una batalla más amplia por la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres.
En octubre, Isabel Robalino cumplirá un siglo de vida y de lucha incansable por los derechos. La infame condena penal en su contra, probablemente buscaba enviar un mensaje intimidatorio para que otras personas nos abstengamos de denunciar corrupción.
La mejor manera de demostrar que el Contralor se equivocó es perdiendo el miedo a denunciar.
El miedo nunca fue más fuerte que Isabel, y nuestro mejor homenaje a ella es comprometernos a no descansar en nuestra lucha por una sociedad más justa y más igual.
Columnista invitada