Es impresionante la involución de la expresión social en nuestro país, se han impuesto el irrespeto, las bravuconadas, las insolencias y la corrupción de funcionarios, políticos e indígenas que pretenden gobernar en perjuicio de una gran mayoría de ciudadanos acobardados, que han enterrado la rebeldía que impulsó las luchas de las Alcabalas y los Estancos, del 10 de Agosto de 1809, del 9 de Octubre de 1820, del 24 de Mayo de 1822 y estimuló las masivas manifestaciones que culminaron en la expulsión de gobernantes que no supieron honrar al primer poder del Estado.
Nos apabullan el narcotráfico, el crimen organizado y la irresponsabilidad de una Asamblea que ha hecho apología de la impunidad de delincuentes y promotores de las protestas y ataques de indígenas y guerrilleros infiltrados, nacionales y extranjeros, que destruyeron calles y edificios de la capital del Ecuador. Como corolario de su pobre gestión, los asambleístas concluyeron sus estereotipados y leídos discursos, con la injusta censura de los exministros de gobierno que defendieron al país de la vorágine.
La Casa de la Cultura, creada por el gran Benjamín Carrión, que anhelaba hacer de esta patria una potencia cultural, se ha convertido en la sede de la insurrección. ¿Será justo que desde éste, otrora, sagrado recinto se emitan exabruptos como la exigencia de la renuncia al Presidente de la República y la intangibilidad de los territorios en los que viven las comunidades indígenas? Es inadmisible que esa dirigencia indígena sea insensible a la tragedia económica nacional heredada. El país, al igual que otros en el mundo, necesita con urgencia explotar sus riquezas naturales para superar las angustias económicas que le atormentan.
Rescatemos la dignidad histórica del pueblo ecuatoriano y frenemos definitivamente las amenazas de los potenciales tiranos. El gobierno debe reaccionar y las gloriosas fuerzas armadas recobrar la grandeza que fue pisoteada, en sus cuarteles, por los terroristas y desestabilizadores.