Lo que ocurrió ayer en Venezuela no es un acto democrático; es un episodio más de investidura de los jefes, un capítulo que confirma la degeneración del sistema y la transformación de las repúblicas en dictaduras camufladas.
A partir del Foro de Sao Paulo, en 1990, la democracia se ha ido convirtiendo en un método que reemplazó a las revoluciones comunistas para perpetuarse en los gobiernos, cambiar las reglas de juego, “refundar” las naciones, imponer una ideología y suprimir las libertades.
Desde entonces, al influjo de Castro, prosperaron los caudillismos y se inauguró un sistema de dominación totalitaria, encubierta en el anti imperialismo y en las reivindicaciones sociales. El resultado está a la vista: concentración del poder, corrupción, destrucción de las instituciones y masivas migraciones impulsadas por la miseria y la represión. El resultado de las recetas del socialismo del Siglo XXI está, por supuesto, en Cuba, en la Venezuela chavista y en la Nicaragua sandinista. Está en el drama del Brasil. Y está en la curiosa dinastía indígena de Bolivia.
Lo grave, y lo de fondo, es que al influjo de una izquierda que se cree portadora de la verdad y de la justicia, la democracia en esos países se ha transformado en una forma distinta de gobierno, en una “jefatura legitimada” por elecciones manipuladas y parlamentos inoperantes. En un autoritarismo investido por la propaganda y la mentira; que ha derogado la tolerancia, la alternabilidad y la transparencia; que ha enterrado la responsabilidad pública y la rendición de cuentas; que ha ahogado a los países en deuda y ha dilapidado sus recursos.
Las cifras prueban el tamaño de la aventura, y prueban que en el gasto público no hay límites y en el discurso no hay freno. Se ha personalizado la autoridad, se han alterado las reglas de juego y se han consagrado una suerte de “dinastías ideológicas” que se aferran al poder hasta la eternidad. Maduro y Ortega son testimonio vivo de a dónde se puede llevar a los países, y de cómo se puede disfrazar las dictaduras empleando toda suerte de artificios.
En Ecuador, ya estuvo en esa senda, ahora debe mirarse en esos espejos, y obrar en consecuencia, porque la República es una conquista demasiado importante de la civilización política a la que no se puede renunciar. El gobierno nacional ha dicho una necesaria verdad: hay que replantear la cuadratura del círculo del socialismo. En ese tema, el presidente está en la línea correcta. Y lo está también en el apoyo al proceso de restaurar las instituciones y de devolverles la credibilidad que nunca debieron perder.
Hace falta rectificar la política internacional, y señalar las distancias con Maduro y con los demás rezagos del trágico populismo socialista. La República necesita ese mensaje.