Se cumplió el ritual. El Presidente rindió cuentas al país en el ambiente solemne empalagoso que nos gusta. Aunque habló de un informe diferente, el perfil se repitió: grandilocuencia, asociaciones con la historia, máximas y metáforas efectistas, muchas cifras.
En los comentarios que han circulado predominan las lecturas críticas y cierta desilusión. Independientemente de las prioridades y la secuencia del desarrollo que tiene en mente el Presidente, se ha reconocido el valor sustancial de la vacunación y el saneamiento de varias cuentas públicas.
El enfoque del discurso fue el inventario. Listado enorme de acciones. De todo tipo, pequeñas y estratégicas. Débil condumio analítico y visión contextual. Piezas aisladas sin una mirada sistémica, sin sentido de unidad. Ausencia de ejes transversales, modelo integral de desarrollo, proyecto de país. Los inventarios ilustran pero no agotan un informe. No marcan destinos ni rutas.
En el tono del discurso predominó el exitismo y la autocontemplación. Mínimos reconocimientos; todo se ha hecho bien y como estuvo planeado. Se ha refundado el país en varios aspectos. En otros se ha superado a la región. Al parecer la sociedad no ha entendido el trabajo sacrificado y en soledad del equipo presidencial.
Muchas ausencias. Ni un palabra de cultura, seguridad social, universidades, depuraciones, participación social. Casi nada de política exterior, GADs, comunicación. Silencio sobre Consulta popular: reforma de la Asamblea, reforma de partidos políticos, liquidación del Consejo de Participación… Serán tareas a emprender por la sociedad civil. No hay sensibilidad en las alturas. Otro blof.
Los que esperaban un cambio de timón se quedaron con los churos hechos. Sigue igual y se va solo y con los suyos. No escucha, no conoce, no mira encuestas, no sintoniza con la calle… No queda otra que desear que el despegue ofrecido incluya a la gente, sus pensares y decires. Que el derecho a la vida y a un trabajo decente se impongan. Quedan 3 años.