Gobernabilidad. Esta palabrita la escuchamos a cada rato. Pareciera que el país cada 6 meses está al borde del abismo por culpa de esa palabrita (o la falta). El fantasma de los paros y la destitución de presidentes nos acecha. La historia se repite.
El gobierno y la oposición tienen una responsabilidad compartida. La pugna constante entre ambos no les permitió trazar una agenda en común por los intereses del país. Es un fuego cruzada. Cada uno persigue sus fines y los incendios son la constante en el juego político. Cada uno busca la supervivencia.
El problema es que los ecuatorianos no podemos vivir en la inestabilidad. No podemos vivir de gobierno en gobierno. Deberíamos apuntar a la institucionalidad. De esa forma, independiente de quién esté en Carondelet, al menos hay un consenso básico sobre cómo conducir el país. El enfoque debe ser a largo plazo para no inventar el agua tibia cada 4 años.
Es claro que no podemos continuar así. No le hace bien al país. Ahora, ni un paro o destitución van a resolver los problemas actuales. Básicamente porque ningún partido político presenta una alternativa viable para reemplazar el modelo actual. Probablemente es la misma razón por la cual no hay incentivos para elecciones anticipadas. Nadie sale bien parado.
Si continuamos abordando las crisis políticas desde la coyuntura, nunca vamos a resolver lo de fondo. Es como curar una herida profunda con una curita. Esta gran interrogante nos acompaña desde siempre. Si no hacemos algo al respecto, nuestros hijos y nietos la seguirán preguntando como sucede ahora con nuestros padres.
Quizás en 2023 no podremos resolverla pero sí podemos empezar la discusión sobre el país que buscamos heredar a nuestros hijos. Y, con algo de optimismo, esas intenciones se conviertan en las instituciones que rijan estabilidad durante los próximos años.