Monseñor Julio Parrilla

Internacionalismo de las vacunas

Preparando una charla sobre “pandemia y ética”, he vuelto a leer el mensaje urbi et orbi del Papa Francisco del último Domingo de Pascua. Este Papa es siempre una fuente de inspiración y de claridad conceptual. La pandemia ha desembocado en una crisis social y económica que es muy grave, especialmente para los más pobres. Me conmueve el hecho de que mientras en los países desarrollados se habla ya de la inmunidad de rebaño y de la posibilidad de una tercera dosis, en los países pobres los vacunados sean, en muchos casos, un número ínfimo. Las vacunas son también un claro índice de la desigualdad e inequidad en la que vive el planeta.

En los últimos meses el Papa ha liderado una campaña de solidaridad que no puede dejar indiferente a nadie, especialmente a los países ricos que almacenan vacunas como si fuera tomate frito. El Papa nos recuerda que todas las personas, sobre todo las más frágiles, precisan de asistencia y tienen derecho a acceder a los tratamientos necesarios. En este tiempo de prueba hemos comprendido que las vacunas son una herramienta esencial en esta lucha hasta el punto de hablar de un auténtico “internacionalismo de las vacunas”. Y, con ello y a pesar de ello, tendremos que aprender a vivir de otra manera: a cuidar las medidas de prevención y de control, a ejercer una nueva responsabilidad social y a preocuparnos del vecino.

Si el mal reparto clasista y exclusivista de las vacunas deja en evidencia nuestra codicia y falta de solidaridad, reclama, al mismo tiempo, un mundo más justo y equitativo. A nivel mundial tenemos pandemia para rato, variantes incalculables y la amenaza de nuevas enfermedades absolutamente desconocidas. Todavía tenemos un rostro frágil que mostrar y mucho dolor que soportar. Por eso, una vez más, conviene ir a la raíz de nuestros males: la pobreza nunca podrá ser nuestra aliada. Se necesita inversión y desarrollo, investigación y salud pública universal y gratuita, políticas sociales que pongan el dedo en nuestras heridas mayores. Los países pobres y carentes de oportunidades no pueden subsistir a base de abrir sus bocas hambrientas esperando las migajas que caen del mantel de los poderosos. Por eso, me encanta el llamamiento del Papa a garantizar un derecho moral universal a la vacunación.

Triste ha sido y sigue siendo el rosario de enfermos y fallecidos a causa del Covid 19. Los cadáveres en las calles de Guayaquil, tanto como las piras funerarias en la India, son imágenes que no deberíamos de olvidar fácilmente. Pero el coronavirus no sólo ha causado y sigue causando muertes, sino que también ha dejado como corolario una crisis económica sin parangón. Desgraciadamente, la pandemia ha aumentado dramáticamente el número de pobres, de desempleados, y la desesperación de miles de personas.

En fin, esperemos que el esfuerzo realizado no sea pan para hoy y hambre para mañana.

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