Interlocutores válidos

He seguido con atención y preocupación (como tantos ecuatorianos) la marcha de los indígenas y de los movimientos sociales. De acuerdo o no con sus propuestas y protestas, he admirado su enorme capacidad de sacrificio a la hora de ejercer su derecho ciudadano, así como su capacidad para generar múltiples solidaridades.

A la luz de la reacción gubernamental (no deja de ser chocante que un gobierno revolucionario se enfrente a los movimientos sociales) me he preguntado quién puede ser interlocutor válido en democracia… Cualquiera puede serlo, esa es la verdad: minorías étnicas, disidentes, adversarios políticos, cualquier ciudadano de esta tierra que tenga algo que decir o aportar, denunciar o defender, aunque al poder de turno no le guste.

En este, como en otros temas, se nos sigue viendo el plumero de una mentalidad arcaica, más deudora del pasado de lo que uno se pueda imaginar: en el fondo pensamos que la libertad es una concesión y no un derecho, un tira y afloja para ver quién tiene más poder o más fuerza. Al Gobierno le hubiera bastado con garantizar el derecho, el orden y la paz social. No era necesario su alarde de poder frente a interlocutores a los que se intenta estigmatizar como ciudadanos de segunda categoría. Se trata de un viejo tic que nos ha hecho harto daño y que deberíamos de superar para siempre.

Difícil resulta construir la Patria grande entre ecuatorianos buenos y ecuatorianos malos, entre nosotros y ellos, entre vencedores y derrotados. En democracia, todos tenemos derecho a participar y a expresar pareceres, sentimientos y convicciones, eso sí, desde el respeto a una libertad responsable e integradora. Hace muchos años, al inicio de la era franquista, Don Miguel de Unamuno, en el paraninfo de la universidad salmantina, le decía a un general golpista, tuerto y bruto: “Venceréis, pero no convenceréis”. Para convencer se necesita ser humilde e incluyente.

En el fondo, lo que está en juego es el modelo de país, si realmente queremos promover una auténtica participación ciudadana, un estado social de derecho incluyente y solidario, una sincera defensa de la libertad y de los derechos humanos, o no. Y este debe de ser un debate abierto, no encorsetado por los postulados y los intereses de una revolución pendiente… Para sacar adelante a un país no es suficiente el protagonismo de un líder, por meritorio que sea. Se necesita algo más, una real participación y corresponsabilidad de todos. Y es tarea del Gobierno garantizarlas.

Por eso, no es bueno humillar ni descalificar al diferente o al adversario por el hecho de serlo. Es suficiente con mantener la propia coherencia y defender el propio proyecto con lealtad. El país no necesita confrontación, sino una institucionalidad fuerte y clara, respetuosa de la diversidad y promotora de concordia, de ciudadanía. Las palabras y los gestos de estos días, especialmente por parte del Gobierno, alimentan la imagen de la prepotencia y están muy lejos de la tolerancia que se necesita.

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