Una compleja situación enfrenta Ecuador por cuenta de lo ocurrido el jueves anterior, cuando una insurrección de la Policía llevó al ataque con gases lacrimógenos -y posterior retención- al presidente Rafael Correa, quien finalmente fue liberado. La huelga de los uniformados generó caos en el país vecino con saqueos y robos en las ciudades principales, que condujeron a la declaración del estado de excepción y la militarización del territorio.
Más allá de la razón que le asiste, el Jefe del Estado ecuatoriano ha hecho más difícil la crisis por cuenta de su estilo imperioso y, en ocasiones, impulsivo. Esa característica ha llevado a cierto distanciamiento entre el mandatario y algunos de los congresistas que integran la bancada de Gobierno, que se han aliado con la oposición. De hecho, la protesta policial se da en momentos en que la Presidencia amenaza con disolver el Poder Legislativo por el lento trámite de las iniciativas y así gobernar por decreto y convocar a elecciones anticipadas. Como si eso fuera poco, hay quienes pescan en río revuelto, como el principal antagonista de Correa, el ex presidente Lucio Gutiérrez, con una gran ascendencia sobre las Fuerzas Armadas.
Pero, sin entrar a debatir los detalles o errores que se hayan podido cometer en el manejo de un tema tan difícil, es indudable que en Ecuador no hay un camino diferente al de preservar las instituciones democráticas. Así lo entendieron y con rapidez el mundo entero y los países del hemisferio, como lo dejó en claro un pronunciamiento de la OEA, después de una convocatoria de emergencia de su Consejo Permanente. También fueron apropiados la respuesta de Unasur y el comunicado de la Casa de Nariño, llevado personalmente por Juan Manuel Santos, al expresar que Colombia solo reconoce al gobierno de Rafael Correa.
Hechas esas precisiones, además de los votos para que la normalidad regrese pronto a ciudades y pueblos ecuatorianos, hay que lamentar la emergencia. El motivo principal es que la llegada del actual Jefe del Estado al poder vino acompañada de una buena dosis de estabilidad, fundamental en una nación en la que varios mandatarios no pudieron terminar sus períodos. Ecuador ha sido testigo de tres golpes de Estado y seis mandatarios en los últimos 10 años. Ahora se da un paso atrás, que no tiene nada de bueno, aparte de abrir heridas que pueden demorar varios meses en cerrarse.
Tampoco es alentador el nuevo traspié que sufre la democracia en la región. Después del golpe en Honduras, que todavía divide a los países del continente, o de los intentos de varios presidentes de perpetuarse en el cargo y alterar el equilibrio de los poderes públicos, lo sucedido en Ecuador es un campanazo de alerta que necesita ser escuchado. Ojalá esta crisis sirva para que los pueblos de América Latina cierren filas en contra de las vías de fuerza y reiteren que, a pesar de sus imperfecciones, la democracia todavía encuentra un terreno fértil en el hemisferio.