Varias veces me han hecho en estos días diversas preguntas que se ubican en torno a la relación entre el intelectual y el político.
Lo primero que he pensado, desde luego, es que el doctor Velasco Ibarra, cuando se puso a reflexionar sobre las razones que le condujeron a su primera caída, escribió un libro que tituló ‘Conciencia o barbarie’, evocando en ese título el dilema planteado por Sarmiento.
Los dos primeros capítulos de ese libro tratan de las relaciones entre el intelectual y el político, y versan sobre sus semejanzas y sus diferencias. Lo que dice el gobernante caído no es, sin embargo, un referente que merezca toda mi confianza: Velasco pensaba en él mismo y desmenuzaba su experiencia en el gobierno y en sus voraces lecturas, pero caía en muchas arbitrariedades al intentar formular sus conclusiones como principios generales.La figura más frecuente del intelectual es la que se desprende de la imagen de los “philosophes” franceses del siglo XVIII: personajes avezados en el conocimiento de las ideas, y presentes siempre en los salones del gran mundo que eran el escenario privilegiado de la política entre liberal y cortesana que antecedió a la Revolución.
Otra figura, casi tan frecuente como la anterior, vincula a los intelectuales con la imagen del bohemio de la “belle époque”, asociándolos con la idea del desorden en la vida y el exceso de pasiones. No faltan, sin embargo, los que evocan las imágenes mucho más concretas de los escritores latinoamericanos del ‘boom’, y hasta singularizan el feo y bizco retrato de quien, según ciertas opiniones, fue el último de los intelectuales: Jean-Paul Sartre.
Por debajo de estas imágenes cabe percibir, sin embargo, una constante: la de vincular al intelectual con las ideas, la literatura y las artes, pero a la vez con la política y sus pasiones. Édgar Morin propone por eso una definición muy simple: intelectual es un escritor que habla públicamente de política. O sea, una especie casi en extinción.
Por mi cuenta creo posible establecer una diferencia fundamental entre el intelectual y el político: la que puede expresarse como la distancia que hay entre un intelectual político, y un político intelectual. Este último es una especie muy rara: es un político que no solo lee, sino que también piensa, pero piensa en función del presente. El otro es más frecuente pero menos influyente: es un pensador o escritor que además, se preocupa de lo político aunque jamás pretenda intervenir en la política.
El político intelectual usa las ideas como instrumentos: se sirve de ellas (y a veces las manipula) de acuerdo a sus propios fines. El intelectual político piensa más en el futuro que en el presente: su afán no consiste en resolver problemas ni obtener ventajas, sino en trazar caminos hacia lo que habrá de venir.
La pregunta que me han hecho en estos días puede ser contestada con esa diferencia, pero mi respuesta podría cerrarse con una pregunta entresacada de un poema de Machado: “¿Dime tú, cuál es mejor?”.