Hay momentos privilegiados en que echamos de menos valores claves, tales como la institucionalidad, especialmente en el ámbito político, en que el vacío no solo no nos arropa, sino que deja en evidencia carencias y quiebras difíciles de llenar. El espectáculo es estos días ha dejado mucho que desear y no son pocos los que se preguntan si sabremos sumar y restar, si sabremos aceptar los resultados de las elecciones.
Es precisamente en momentos así, cuando la tentación de manipular la verdad asoma con fuerza, que se necesita echar mano de la ética política y dejar muy en claro el sentido mas hondo de la lealtad. En la vida cotidiana, cuando se tejen y destejen las trampas del diario, y se pierde la vergüenza, aprendemos a pactar y a trampear.
Pero es en momentos así, cuando la claridad se impone, que la institucionalidad nos salva de nuestros propios demonios domésticos. Creo que el próximo gobierno tiene mucho que hacer si quiere integrar a medio país y no hacer que Ecuador sea, una vez más, un proyecto fallido.
Hoy el país tiene que sacar de dentro a fuera lo mejor de si mismo, dispuesto a renunciar al ejercicio del poder con tal de afirmar el valor de la autoridad y de la libertad. Algo que solo puede hacerse de forma democrática y limpia. Quizá mas de uno piense que este es el tiempo del apocalipsis…
Pero cuatro años no es poco tiempo. Permite mejorar las instituciones y purificar los usos políticos, más atentos a salvaguardar la democracia que los intereses partidistas.
Comienza una nueva semana y seguimos con los pelos revueltos, ignorantes de que es el Consejo Nacional Electoral (CNE) quien tiene la última palabra. Más que nunca hay que optar por la institucionalidad. Este es el desafío.
Seguir manteniendo la confusión, lanzando gritos, agitando banderas y haciendo marchas mantiene el juego del toma y daca. Bueno sería que el CNE dijera su palabra clara y definitiva y asegurara al pueblo el derecho a la verdad. Nuestros obispos insisten en esto, Y a esto se le llama respeto democrático y libre. Todo lo demás es cuento. Y es que, entre dos competidores, uno gana. Es así de simple.
Esta es la gran oportunidad para sentar las bases democráticas que el país necesita. No se trata de navegar a la deriva sino de marcar la ruta clara de la institucionalidad. Cuanta más confusión se genera mas firmes tienen que ser las instituciones, su valor subsidiario e iluminador.
Entiendo que unos y otros quieran subrayar el valor de su propia verdad y llevarse el pato al agua, pero, por encima de todo, está el bien de la patria. A ella nos debemos. Dios quiera que pasadas las convulsiones de este tiempo, las instituciones, la separación de poderes y el juego democrático suplan nuestras deficiencias. Hoy por hoy no son pocas. Hay que seguir.