¿Aqué aplicar, lector, esta palabra de catorce letras?; ¿cómo nos llama su sentido?, ¿qué sugiere su larga representación?
Sumergida, este Carnaval, en el amplio océano de la muerte, (usted perdone), evocaba un hermoso soneto de Quevedo que copiaré para mis lectores, tiempo y espacio mediante.
Por ser martes de los sinonímicos Carnaval o Carnestolendas, sepamos que su etimología es similar: Carnaval procede del italiano carnevale, de ‘carne levare’, ‘quitar, levantar la carne’; Carnestolendas viene de ‘carne’ y ‘tollere’, ‘retirar’. Las dos palabras se escriben con mayúscula.
Los días de Carnaval que se celebran en el gozo, la mascarada, el baile, la comilona, el gaudeamus y la parranda no son días de quitarnos la carne ¡tan importante para celebrar! (Perdonen los pálidos vegetarianos, los veganos, los ovo-vegetarianos, lacto-vegetarianos, ovo-lacto-vegetarianos, macrobióticos, frutarianos, crudívoros y otras hierbas -nunca mejor dicho-, y todos los que se prohíben el placer de la carne).
Los de Carnaval son días de preparar el ánimo a prescindir de carne los viernes de Cuaresma, de ayuno y abstinencia. ¡Cuánto valor se atribuiría ayer a la ingesta de carne, para que necesitáramos tres días de desenfreno y disipación, bajo la protección de la máscara, para abstenernos de pernil, falda, chinchulines, tripa mishquis y tacos los cinco viernes de Cuaresma!
Entre tanto y hasta hoy, nosotros, en lugar de la carne en cualquier forma concebida, nos empipamos los viernes de ayuno con, al menos, dos buenos platos de fanesca, la ‘sopa’ más completa y suculenta, más un seco de puré de papa adornado con rajas de huevo duro sobre una verde y fresca hoja de lechuga y, como postre, el inolvidable arroz con leche de mano de la suegra que, de lo que he podido saber, ¡sacrilegio si los hay!, hoy se vende en cajas, como la gelatina.
El desenfreno carnavalesco culmina –todo es instantáneo- el miércoles de Ceniza, de fecha variable, cuando, entre la disipación y el arrepentimiento, acudimos a la iglesia a recordar que somos polvo…
Este período de permisividad y descontrol para muchos; de alegría, vacación y regocijo inocente, también, vuela, en la huida irreparable del tiempo.
Y, para completar los caracteres sin quedarme a medio camino, vaya el soneto de Quevedo, poeta barroco, que pintó la instantaneidad de los goces humanos:
“¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde? / ¡Aquí de los antaños que he vivido! / La Fortuna mis tiempos ha mordido; / las Horas mi locura las esconde. // ¡Que sin poder saber cómo ni a dónde / la salud y la edad se hayan huido! / Falta la vida, asiste lo vivido, / y no hay calamidad que no me ronde. // Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto: / soy un fue, y un será, y un es cansado. // En el hoy y mañana y ayer, junto / pañales y mortaja, y he quedado / presentes sucesiones de difunto”.
No: este gozoso martes de carnaval no quise hablar sobre la muerte, sino sobre el tiempo de la vida. Sobre su gloriosa instantaneidad…