Tenía 25 años cuando se produjo esta famosa primavera en París -el mayo 68-. Algunos de sus grafitis me marcaron tanto que me siguen acompañando. Y uno de los que más me gustan es: “Prohibido prohibir”.
Y sí, no me gusta prohibir. A nadie le prohíbo fumar en mi casa ni caminar con zapatos sobre mi tapete nuevo. Trato de seguir las recomendaciones de Voltaire con su famosa frase: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo”, añadiendo, por supuesto, “siempre y cuando sea recíproco”.
Y ahí me encuentro en un gran dilema porque a medida que envejezco tengo cada día ganas de prohibir ciertas manifestaciones que, creo yo, retrasan los cambios culturales y la convivencia que permitirían otro mundo posible.
Una mañana, buscando la reconfortante voz de Félix de Bedout, caí en una emisora llamada Candela Estéreo. No podía creer lo que oía. Chistes sexistas, homofóbicos y vulgares acompañados de insoportables carcajadas pregrabadas. Burlas sexuales y concursos denigrantes. Atropellos a la dignidad y sometimientos insoportables de oyentes incautos. Comentarios a propósito de cualquier tema. Nadie sale indemne.
Para no herir las susceptibilidades pongo un único y representativo ejemplo. Escogí uno de los más suaves: una mujer llama a la emisora para decir que se le fue la luz en su barrio. Enseguida un locutor responde: no hay problema; venga y la enchufo.
Mi propósito era entonces ponerme en la tarea de escuchar durante algunas horas la programación matinal de esta emisora con el fin de argumentar mis impulsos prohibicionistas. Pero no pude. Era demasiado para mí.
Después de la primera hora de escucha, renuncié y puse música para desintoxicarme.
Creo en la libertad de expresión siempre y cuando no se aleje de las grandes líneas directrices de nuestra Constitución y de un marco de derechos humanos; me gusta el humor y el entretenimiento, pero no podemos confundir la imbecilidad que burla cualquier principio de convivencia, tolerancia y respeto a las diferencias, con un juego de ideas o palabras que tienen intenciones satíricas o irónicas con calidad, creatividad e imaginación.
Una emisora como la de la “familia Candela” no sobreviviría al examen de ningún Ministerio de Comunicaciones preocupado por la calidad de los contenidos radiales del dial colombiano. Y ya sé, algunos oyentes dirán: si no le gusta, cambie la emisora.
Y sí, puedo cambiar la emisora, pero me siento obligada a decir que mientras estos francotiradores culturales sigan al aire, creo que será imposible erradicar la violencia.