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El 28 de diciembre, en la Iglesia Católica, se recuerda el pasaje bíblico del sacrificio de los inocentes del Evangelio de Mateo, que se resume en que Herodes I El Grande, rey de Judea, recibió el aviso de magos de Oriente que buscaban al hijo de Dios que habría nacido en Belén y les pidió que le avisen para ir también a adorarlo. Una estrella habría guiado a los magos. Avisados, por revelación recibida, que no regresen por donde Herodes, sino por otro camino, así lo hicieron. Un ángel le instruyó a José para que con María y el niño huyan a Egipto, retornando éstos después de la muerte de Herodes. El Rey, viéndose burlado por los magos, “mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había referido por los magos”.
Herodes Antipas, el Tetrarca – hijo del Herodes I El Grande- fue responsable de la crucifixión de Jesús, llevándolo ante Poncio Pilato, el prefecto romano, que se lavó las manos, proclamando “inocente soy de la sangre de este justo”.
La historia no recoge ese pasaje bíblico del sacrificio de los inocentes, si la crueldad y los entornos de corrupción de los dos Herodes, padre e hijo. También el sacrificio de infantes, como expresión de castigo contra grupos poblacionales por razones religiosas y otras motivaciones.
Pero, la Biblia es referente sobre hechos que se dan en la humanidad y que se reproducen: el sacrificio de inocentes y las lavadas de mano, entre otros.
Hoy vivimos la condena a los ecuatorianos, por el encarecimiento de los costos de vida, consecuencia de la profunda corrupción de la década del correato. Los sectores de la población, los de menores ingresos- y también los otros- que trabajan honradamente son los sacrificados del siglo XXI.
Los responsables de las pérdidas por decenas de miles de millones de los dólares porque se los robaron, por sobreprecios, por dispendio de los recursos públicos gozan de sus fortunas mal habidas, que les permiten hacer campaña internacional para aparecer como víctimas de persecución política.
El poder público aparece impotente frente a la corrupción, con el resultado del imperio de la impunidad. Ni sanción, ni recuperación de los perjuicios sufridos por el Ecuador.
Y son muchos, los que se lavan las manos, algunos por miedo, otros porque se percibe que tienen rabo de paja.
Hay una especie de pacto de encubrimiento, que se rompe de vez en cuando, cuando la corrupción y otros ilícitos desbordan, apareciendo como sólo casos de excepción. El caso de los diezmos es uno de ésos, sólo con pinzas se identifica a quienes se quiere sancionar, cuando fue una contumaz práctica de corrupción. Hay una ofensa a la inteligencia y a la razón.