Gustavo Ayala Cruz
Si bien España ha estado permanentemente a la cola de la Europa social, la gestión de la crisis económica mundial del 2008 deja un país con mayor desigualdad y pobreza. Esto causó malestar, con el punto de inflexión de las protestas de mayo del 2011, cuando se inició una crisis de la representación política.
El sistema político español presentaba dos partidos que acumulaban el 80% de los votos en una competencia entre centroizquierda (Partido Socialista) y derecha (Partido Popular). Sin embargo, tras la crisis se dio un desplome electoral del PSOE (perdiendo 21 puntos en votos desde el 2008), una disminución significativa del PP (11 puntos desde 2011) y la emergencia de nuevos fuerzas (Podemos, Ciudadanos).
Adicionalmente, los partidos de los nacionalismos periféricos (catalán y vasco, especialmente) no desaparecen como actores políticos decisivos. El conflicto independentista catalán se mantiene y la idea plural de España no logra calar en tres de los principales partidos. Es más, el PP parece abandonar la intención de seducir en el País Vasco y Cataluña y disputar el sentido de lo español.
Otro elemento importante es la consolidación de un conflicto generacional. Eso se manifiesta en que la edad se convierte en una de las variables que determinan el voto. Así, por ejemplo, el PP aunque es el más votado a nivel agregado sólo es primero en mayores de 65 años. Al contrario, la tercera fuerza a nivel nacional (Podemos) es la primera en personas de 18 a 44 años.
La mayor fragmentación del sistema político no se puede entender sin ese contexto. Los resultados de las elecciones del 26 de junio lo muestran: PP (33% de los votos, 137 escaños de 350), PSOE (22%, 85), Podemos (21%, 71) y Ciudadanos (13%, 32).
En un sistema parlamentario además del número de votos y el de legisladores, si un partido no tiene mayoría, importa la capacidad de articular coaliciones. Si bien el PP logra mantener un piso significativo de votos, es un minoría-mayoritaria con escasa capacidad de alianzas.
Por su parte, el viraje al centro del PSOE, su renovación de liderazgo, caída electoral permanente, pugna con fuerzas nacionalistas y a su izquierda no le permite jugar como el articulador que antes era.
Mientras, Podemos ha logrado consolidarse pero no constituirse en alternativa de gobierno, ni romper el aislamiento impuesto. Su ilusión de cambio parece debilitarse.
La situación luce bloqueada. La probable configuración de un gobierno conservador no significará el procesamiento de los problemas de España, dado su accionar inmovilista. La salida de la crisis económica, el problema de la identidad nacional, el deterioro social y el conflicto generacional constituyen retos sin claras salidas en un escenario complejo, que pone en duda la estabilidad política.