Definitivamente siempre habrá un divorcio entre los intereses de los populismos y las necesidades reales de los países. Los primeros tienen como única vocación mantener el poder y reproducirlo.
Para ello echan mano de cuanto instrumento esté a su alcance. Si el populista es inclinado hacia la izquierda, su tarea se dirigirá a golpear al sector productivo. Emitirá leyes que frenen la inversión, provoquen incertidumbre, amenacen los negocios con el propósito de debilitar las empresas, de cualquier sector, a fin que el único estamento que resista sea el estatal. Desde allí se volverá magnánimo. Derruido el país es el último que se quedará con algo de recursos para repartirlos a cuentagotas a cambio de apoyos y respaldos electoreros. No importa esquilmar a los ciudadanos, peor aún a aquellos que siendo previsibles generaron ahorro porque de esa manera pasaron a formar parte de una categoría detestable, la de gente acomodada. Les interesa acaparar y hacerse de todos los recursos a nombre del Estado, para desde allí ser los únicos que puedan repartir a su antojo canonjías a una población que le deberá ser recíproca al momento de endosarles su voto. No se encuentran entre sus preocupaciones que los países contraigan su crecimiento, ese no es su problema. Desde que ellos se levantan por encima de todos los demás, como los únicos administradores de recursos, tienen la oportunidad de generar clientelas que les mantengan firmes en el control político.
En países en que la lumpenización ha sido una constante en las últimas décadas, les resulta fácil generar esa adherencia. Por muy poco pueden conseguir mucho. A más de eso tienen la posibilidad de engañar a los votantes a través de una leyenda fácilmente creíble, principalmente a los que menos autocrítica realizan de las palabras de sus victimarios, por la que las infaustas condiciones por las que atraviesan es culpa de terceros o de personas desalmadas que se han enriquecido a cuenta de la pobreza de los otros.
Así es muy fácil observar como a diestra y siniestra proponen barbaridades a sabiendas que aquello golpea a la producción, pone en alerta a los inversionistas, ahuyenta a los pocos audaces que consideran la posibilidad de poner a trabajar sus recursos en un ambiente tan hostil. Poco a poco van controlando y dominándolo todo.
Aunque baje el empleo y la inversión desaparezca, a las amplias mayorías se las engaña dándoles apenas lo mínimo. Ellas se sentirán satisfechas, pues lo primero que han demolido es su voluntad de prosperar y aspirar a mejores condiciones de vida aceptando como catequesis que generar riqueza es malo y pecaminoso. Hay que cambiar el paradigma, caso contrario no existirá jamás remedio. Si la sociedad entera es proclive a creer falacias y se entrega a estos cantos de sirena como corderos inocentes, no habrá manera de despojarse de los que presentándose como salvadores son en verdad losque subyugan a los más humildes. La tarea, por donde se lo mire, se vuelve inminente.