Ingratitud

Los estudiantes universitarios chilenos protestan porque el Estado se resiste a pagarles los estudios a todos. En Colombia sucede más o menos lo mismo. Les han dicho, desde hace décadas, que estudiar es un derecho, y han interpretado que debe ser gratis.

En realidad, el derecho a estudiar no implica la gratuidad, sino el acceso. Quién paga la factura depende de factores culturales -la historia, la mentalidad social- y, sobre todo, de la riqueza disponible. Durante siglos los esclavos, las mujeres y los judíos no tuvieron derecho a estudiar. En algunas naciones islámicas las mujeres no han conquistado ese derecho. En Cuba, un lema oficial advierte que “la universidad es para los revolucionarios”. Allí los católicos, homosexuales y otras ‘peligrosas criaturas’ no podían ingresar en la universidad o, si les descubría, eran expulsados mediante escandalosos juicios públicos.

Muchos jóvenes tienen la certeza de que el Estado los ha traicionado. Se palpa en cualquier manifestación de ‘indignados’ en la madrileña Puerta del Sol o en Wall Street, en Nueva York. Piensan que la sociedad les da menos de lo que merecen, incluidos un trabajo decente, un techo digno o estudios de calidad.

Es curioso que estos jóvenes rabiosos, empeñados en sentirse ofendidos, sean incapaces de valorar el capital que reciben de sus mayores cuando abren los ojos. Ellos no se imaginan cuán-to dolor y sacrificio ha costado la obra que les han legado y a la que nada o muy poco han con-tribuido.

El Banco Mundial, en el 2006, se atrevió a medir la riqueza de más de un centenar de naciones. Sumaron el valor de las riquezas naturales de cada una, tierras de pastoreo, minerales, maderas, etc., le agregaron la riqueza producida, infraestructuras, artefactos, cosechas, etc., le añadieron el capital intangible y dividieron la cifra resultante entre el número de habitantes. Ese era, en definitiva, el capital per cápita que disfruta-ba cada ciudadano, aportado por la sociedad en que vivía.

Los diez más ricos, con su intenso trabajo, habían logrado acumular entre USD 650 000 y USD 450 000 per cápita.

Suiza, a la cabeza del planeta, ponía a disposición de sus moradores un capital calculado en USD 648 241. El factor más importante en esta fabulosa acumulación de riqueza es el capital intangible: más del 80%.

Cabe anotar que nueve de los diez países más pobres son africanos, subsaharianos. En este último aspecto, el más desdichado es Etiopía: apenas “vale” USD 1 965 per cápita. Chile, por cierto, con USD 77 726 está en el cuarto lugar de América Latina y ubicado tras Argentina, Uruguay y Brasil. Los españoles, en cambio, alcanzan la nada desdeñable suma de USD 261 205.

Sería interesante averiguar si esos jóvenes, que tanto piden, son capaces de reconocer lo tanto que les han dado.

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