Uno de los capítulos más difíciles de la democracia es que en su desarrollo se puede y se debe transparentar, develar o descubrir asuntos públicos. Sin embargo, de todo el universo informativo, existen temas difíciles que, sin afectar al patrimonio o a la libertad individual, deben conocerse para que exista el sistema; si no es posible, significa que la comunidad es conducida por un régimen autoritario o una dictadura que no lava los trapos sucios en casa sino que pretende eliminarlos, sabiendo por la historia que muchos de ellos tarde o temprano- “se abrirán las antiguas alamedas”-, saldrán a la luz pública. Es posible que los cínicos de izquierda no recuerden la frase.
Este fundamento y mecanismo a la vez -información y juzgamiento diario- es la razón histórica de una prensa independiente que puede cometer errores, pero que es el único canal para conocer aquello que el Gobierno de turno no quiere que se descubra, pues afecta a su credibilidad y algunas veces hasta a su legitimidad. Si la prensa independiente no lo hace es porque ha caído en el peor de los males del periodismo que es la autocensura: por miedo o por interés. Como es comprensible, un medio público no puede cumplir esa labor y los comunitarios lo podrán hacer cuando superen sus visiones etnocéntricas o la limitación que impide ver el bosque de la nación.
Esta situación en el Ecuador, al tercer año de la revolución, es crítica para la prensa. Ha sido puesta a prueba por el insulto permanente y la ha fortalecido, pero aún faltan los fardos más pesados: la Ley de Comunicación, la reversión de las frecuencias- ¿se aplicará el artículo 51, numeral 11 de la Constitución-, la tributación de los voceadores, la “rendición de cuentas” escondida en la objeción a la Ley de Participación Ciudadana y cuantos más artilugios se les ocurra para someter a los medios de comunicación. La ofensiva desde el poder no es actual, lleva por lo menos dos o tres siglos. Es cruel, pero normal.
Los analistas consideran que esta estrategia es para que el poder se consolide bajo el esquema de ‘ninguna contradicción’; sin embargo, luego de tres años la hipótesis no se sustenta. Es verdad que se han producido importantes bajas en el periodismo político y que muchos medios provinciales perciben con profunda aprehensión el futuro; que el tema de la frecuencia radial es proclive a la más perversa manipulación y que existen otras posibilidades de reprimir, pues no hay división de funciones en el Estado. Sin embargo, es válido recordar a Javier Darío Restrepo cuando en ‘La niebla y la brújula’ recuerda que: “Un medio de comunicación puede cumplir el papel de un lazarillo en un país de ciegos, o de muro blanco como el que encontraban los ciegos de Saramago en el que se disuelven todas las realidades o el de un estímulo para una visión completa de la realidad”.