Según la Real Academia Española de la Lengua, informante es la persona que informa, es también el hombre que tiene encargo y comisión de hacer las informaciones de limpieza de sangre y calidad de alguien. A simple vista no denota la posibilidad de agravio.
Pero si tomamos en cuenta el contexto en el que fue expresado este adjetivo, parece mucho más malévolo que inocente. Informar no es lo mismo que informar a la CIA, a la KGB o a Scotland Yard. Vincular a una persona como informante de estas entidades tomadas al azar tiene una connotación de espionaje, de traición a la patria o simplemente de soplón.
Por eso duele que por puro odio y paranoia, cuatro colegas periodistas fueran acusados de ser informantes de la Central de Inteligencia Americana y sin verificar ni contrastar nada. ¿Con qué argumento el poder político se permite esta desfachatada acusación?
Los wikileaks, esos cables copiados clandestinamente por un pirata informático, mostraron algo común y corriente, unos informes que las embajadas de Estados Unidos en todos los países envían a sus respectivas oficinas centrales.
No lo hace solamente Estados Unidos, también Nicaragua, Irán, Japón, Noruega o Francia. Es lo más común, o si no para qué están los embajadores sino para informar lo que ocurre en los países adonde fueron enviados.
Es que ese morbo de la CIA o de la KGB, que parecía extinto tras la superación de la Guerra Fría, resulta que sigue más vigente que nunca gracias a los wikileaks y a las trasnochadas ideas de andar encontrando espías debajo de las piedras.
A los cuatro colegas mencionados los conozco muy bien. Ellos han reaccionado con altura, sin miedo pese a la absurda calumnia. Lo que preocupa de esta arremetida furiosa del poder político es la familia de los mencionados.
Es feo para un hijo o hija ver el nombre de su padre como si hubiera cometido un delito. De acuerdo con la nueva visión política, ir a una embajada convierte al sujeto en informante. En mi caso he asistido invitado a varias embajadas, incluso conocí a un valioso embajador de Cuba con quien mantuve charlas de gran nivel.
He tenido muy buenos amigos embajadores de Brasil, incluso alguna vez compartí la mesa en esa delegación diplomática con un importante funcionario del actual régimen. Obvio, hablamos de política, de Lula y su carisma, pero también del nuestro. Ni ese Ministro ni yo fuimos informantes del Gobierno brasileño.
Hablar de política no es ser informante. Es difícil que en una Embajada se hable de música, de moda o del clima, salvo del calentamiento global que preocupa bastante. Chiste de mal gusto porque conozco a Carlos Jijón, Alfredo Negrete, Jorge Ortiz y César Ricaurte, nacieron libres en el periodismo y morirán libres, sumisos al poder político jamás.