Las notas, a medio camino entre la ficción y la autobiografía, de “Mapa dibujado por un espía”, el libro póstumo de Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), perfilan la muchas veces imperceptible línea entre la añoranza y la desolación. Se trata del recuento seminovelado – a ratos desorganizado, por momentos irregular- del laberinto que Cabrera tuvo que recorrer en La Habana de 1965, cuando volvió a Cuba para enterrar a su madre. Antes de eso había sido agregado cultural cubano en Bélgica: se supone que debía quedarse apenas lo suficiente como para arreglar sus asuntos familiares y reportar sus temas rutinarios con las autoridades de relaciones exteriores, pero por razones políticas hasta ahora turbias e inescrutables, la estadía se prolongó por cuatro meses y monedas. Cuando Cabrera Infante iba a subirse al avión de vuelta a Europa recibió una llamada que le ordenaba no embarcarse y buscar al ministro cuanto antes. El ministro nunca lo recibe – en un momento dado Cabrera tira la toalla y deja de insistir en buscarlo en su despacho- y nadie le puede informar por qué ha sido invisiblemente retenido en La Habana.
“Mapa dibujado por un espía” es también un documento fascinantemente político: una árida radiografía de La Habana en los iniciales años de la revolución, en los años, sin embargo, de los primeros desencantos, de los racionamientos de comida, de los susurros y de los miedos, de las intrigas, de las paranoias y de la represión (de las Lacras Sociales, por ejemplo). Del mismo modo es la despedida de una ciudad que se desmorona y de unos habitantes que se empiezan a acostumbrar a las forzadas circunstancias, a encontrarles las vueltas y las cosquillas a las dificultades rutinarias. En muchos pasajes Cabrera Infante parece buscar el registro de cada calle, la impronta de toda caminata, la huella, especialmente, de los cines, de los bares, de los jardines: “Como todos los bares [se refiere al Club 21] y cabarets no iba a estar abierto mucho tiempo más, pero ese septiembre de 1965 funcionaba todavía…El club era, como muchas cosas en Cuba, un fantasma de sí mismo: ahí estaban las mesas y las sillas y la barra, en el sitio de siempre, pero de alguna manera el club no era el mismo.” Se trata de la crónica de un hombre atrapado entre los intestinos de un sistema que nadie parece conocer, de la experiencia de alguien que cree pertenecer a la “intelligentsia”, que cree conocer las claves de la burocracia, pero que en realidad termina enredado en sus tentáculos.
Es también el testimonio de alguien que se ve atrapado en las fisuras de un régimen blindado y hermético, de alguien que se despide de la ciudad a la que se ha acostumbrado a ver, a beber y a recorrer. Cabrera Infante, a ratos, ha logrado que Orwell se dé la mano con Nabokov: Orwell en lo de ser peregrino en tierra no santa (un disidente, aunque explícito y combativo en el caso del inglés), Nabokov en lo del exilio permanente, en lo del extrañamiento del hombre ilustrado.