Estoy seguro que Alan García, cuando asumió su primera presidencia en 1985, no quiso llevar al Perú al caos en el que lo dejó en 1990, pero ese era su inexorable destino cuando implementó, desde los primeros meses de su mandato, una política económica populista.
Seguro que él creyó que disparar el gasto público en 1985 (y volver a dispararlo en 1989) era bueno para la economía. Pero esa mala decisión le iba a llevar a vigorizar decisiones, pues uno de los efectos del crecimiento del gasto fue que tanto las importaciones como los precios se dispararon.
Y para controlar los efectos nocivos de la inflación puso controles de precios (que lo único que lograron fue desincentivar la producción y lograr la escasez de ciertos productos) . Y para frenar las importaciones subió los aranceles y estableció cupos, lo que también tuvo un efecto perverso en los precios.
Y la inflación, que por culpa de sus malas políticas estaba cada vez más alta, le llevó a buscar soluciones desesperadas. A mediados de 1987 su gobierno decidió que debía dirigir el crédito a las actividades que el gobierno consideraba “fomentables”. Para lograrlo propuso estatizar la banca, lo que le valió la pérdida absoluta de la confianza del sector productivo (y menos producción, más inflación y más escasez).
La propuesta de estatizar la banca deprimió la inversión privada y el gasto público quedó como único motor de la economía. Gastar era la única manera de mantener la economía a flote. Pero como estaba en pésimas relaciones con los prestamistas internacionales y no tenía quien le preste, la única manera de gastar era obligando al Banco Central del Perú a emitir dinero, como lo hizo desde mediados de 1989. Esto produjo un aumento de la inflación a niveles inimaginables. A fines de julio de 1990, la inflación diaria llegó al 6% (el equivalente de una inflación anual de ciento setenta mil millones por ciento).
Con toda seguridad, Alan García no quiso que en su presidencia se fortaleciera Sendero Luminoso, pero la crisis económica en la que se fue sumiendo el Perú fue el perfecto caldo de cultivo para vigorizar a ese sangriento grupo de terroristas.
Y todo eso había empezado con tanta esperanza, pero con las políticas erradas.
No creo que Hugo Chávez quiso llevar a Venezuela al colapso económico en el que está. Pero el momento en que se instaló un modelo populista como el que empezó a crear hace 10 años, la inercia del modelo lo iba a llevar, necesariamente, al sitio en el que está ahora.
Esa es la inercia del modelo populista. Si las políticas y las actitudes de los funcionarios públicos son las erradas, el camino inexorable es caer en un círculo vicioso de más control, peores políticas y peores controles. Al menos García ya aprendió.