Monseñor Julio Parrilla

Inequidad y pobreza

He seguido muy de cerca, mientras fui presidente de Caritas Ecuador, pero también ahora, el trabajo que realiza Caritas con los empobrecidos por causa de la pandemia (enfermos, familias que acompañan en el dolor, en la búsqueda de medicinas, camas y respiradores y a las que toca sufrir un severo y triste duelo, gente sin empleo que tiene que vivir con poco más de un dólar al día, o desplazados que buscan fortuna en cualquier rincón).

Los comedores y bancos de alimentos constituyen para muchos la última tabla de salvación. Es verdad que se trata, en muchos casos, de una labor asistencial. Es verdad que hay que enseñar a pescar y no sólo dar el pez. Es verdad que hay que promover proyectos liberadores que hagan que la gente no dependa y se empodere de su futuro… Pero también es verdad que no están los tiempos como para promover cursos de pesca. Hoy la necesidad tiene nombre propio y se llama hambruna y la mejor forma de dar esperanza es amasar pan para llevarlo a la boca del hambriento. El que no ha estado una semana sin comer o comiendo sólo lo imprescindible no puede entenderlo. Cuando no falta el cestito del pan caliente en el desayuno tendemos a pensar que comer es lo común. Por eso, no conviene mantener las distancias ni aislarse ante el sufrimiento ajeno. El hambre de los hermanos nos recuerda que el pan aún no está bien repartido. Cuando Jesús multiplicó los panes, dice en Evangelio que sobraron siete canastos. Había de sobra para todas las tribus de Israel. Ojalá que la Iglesia en estos tiempos siga siendo una Iglesia de sobras, que nos recuerde que nada sobra cuando los demás pasan hambre.

Una causa de esta dramática situación social es el desempleo. Da pena ver cómo el mercado de trabajo se deteriora y afecta, sobre todo, a los jóvenes y a los mayores de cincuenta años, cuya esperanza de encontrar trabajo se desvanece como el humo. No piensen que la pandemia es la culpable de esta situación. Las aguas hay que ir a buscarlas más arriba, no es un problema del último año y medio. Desde la época de nuestros tataratataraabuelos venimos arrastrando una radical inequidad que ha condenado a la pobreza a millones de ecuatorianos. La pandemia ha dejado en evidencia mayor la que ya era evidente: la desigualdad entre las rentas más altas y más bajas de los ciudadanos. Desigualdad y pobreza van de la mano y generan un coctel explosivo: desigualdad salarial, de género, de oportunidades y, sobre todo, de educación.

Como muchos ecuatorianos, expectantes ante el nuevo régimen, espero que el Gobierno sea capaz de promover una política pública que regule el capitalismo, siempre propenso a caer en la tentación del economicismo más salvaje. Ejemplo de ello son las múltiples corporaciones multinacionales que, frente a los impuestos (¿será verdad lo del 15% a las grandes empresas multinacionales?), se defienden como gato panza arriba.

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