Eso de que un presidente saliente aproveche sus últimos días para condecorar e indultar no es nuevo. Indultos y condecoraciones son de esas potestades que dependen de la exclusiva voluntad de quien las concede.
Al hacerlo debe respetarse algunas formas y debe argumentarse, aunque sea mínimamente, las razones para otorgarlas sin que existan especiales exigencias, pero son decisiones discrecionales; quien la tiene la ejerce con un amplio margen de libertad.
La Constitución establece que es una facultad del Presidente de la República, que debe ejercerse de acuerdo con la Ley. El COIP contiene una norma sobre el indulto presidencial, se exige petición escrita, con dos requisitos: que el privado de la libertad tenga sentencia ejecutoriada y que haya observado buena conducta de forma posterior al delito.
Un Decreto lo regula, prohibiéndose para ciertos delitos y dando forma al proceso. En la práctica no existe forma alguna para impedir o bloquear una condecoración o la concesión de un indulto, estos son pequeños actos de poder con un alto valor simbólico, que retratan más a quien los concede que al que los recibe (con independencia de sus cualidades).
Las dos últimas condecoraciones de este régimen han sido otorgadas al grupo musical Pueblo Nuevo y a Juan Pablo Pozo. No niego los méritos de Pueblo Nuevo; sin importar la apreciación sobre la forma en que se han relacionado con el poder en este último tiempo, tienen una historia detrás, algo que mostrar; la estética y el gusto juegan, pero asumamos que se lo merecen. Lo de Juan Pablo Pozo es diferente, es el Presidente del CNE premiado por quien ejerce paralelamente la presidencia de un partido político que ganó unas elecciones bajo sospecha.
Más allá de las alegaciones de fraude (no demostradas) permitió una campaña desigual, dando al oficialismo ventajas indebidas durante todo el proceso. Los últimos indultos se otorgaron al responsable de un delito de tránsito y a quien fue condenado por un delito de peculado; tan discrecional es la concesión que se usa el mismo texto justificatorio para los dos: “ha manifestado expresamente su arrepentimiento profundo y por los daños que se produjeron como consecuencias (sic)”.
Comparen con dos de los últimos perdones del ex Presidente de EE.UU., Barack Obama: Chelsea Manning y Óscar López Rivera. La primera, una exinformante de Wikileaks, responsable de una “filtración” que provocó una crisis diplomática de alcance mundial. López, un independentista puertorriqueño, acusado de terrorismo.
Diferencias claras, uno usa su potestad de forma personalista como instrumento de retribución, repartición de preseas con mensajes equívocos sobre lo que se considera dañoso o positivo en una sociedad; el otro, pone su poder al servicio de personas que han actuado en razón de una causa o causas consideradas justas o valiosas. En la historia, estos actos permitirán entender mejor la personalidad de quien ejerció el poder durante una década.