El responsable de llamar “indios” a los habitantes de América es Colón. Su llegada fue insólita: un centenar de europeos se vieron cara a cara con pobladores, creyendo que eran del Asia. Vespucci arribó a Brasil y exclamó: “Dios, esto es tierra firme pero no es Asia”. Su carta enviada a Portugal remeció las teorías de pensadores de ese tiempo: en esta parte del mundo todo era de todos; eso inspiró a Tomás Moro para escribir su célebre crítica al sistema dominante “La utopía”. Utopía no es “nada”, la utopía es América.
Los españoles que venían ordenados por la corona lo hacían para explotar oro y matar; los demás, víctimas de miserias, para nunca regresar. Entonces se produjeron uniones por instinto y algunas por amor, de allí emergió el mestizaje. Los pueblos de aquí, más sabios, separados por océanos, montañas y selvas, inventaron dioses, agricultura, armas, escritura, astronomía. Su sabiduría los condujo a obrar el milagro de empezar antes del principio: el maíz, hazaña más sorprendente que la hermosura de su arte.
Foucault sustenta que en las conquistas no solo interviene el elemento coercitivo, sino la imposición de la cultura dominante. Todo se redujo a concebir las culturas americanas con la experiencia socio céntrica en la línea de la alteridad: reconocer a los indios como los “otros”, en una escala de “superiores” e “inferiores”. La teoría de la esclavitud aristotélica se impuso.
Intelectuales europeos y latinoamericanos iniciaron una puja para avalar el racismo. Sin embargo, ellos, los indios, han logrado insertarse de manera definitiva en la historia ‘total’. Hasta los años sesenta del siglo XX se vendían “haciendas con indios y todo”; desde los noventa, ya somos un país plurinacional, ¿lo somos? El autócrata de la década extraviada asedió y humilló a los indígenas.
Octubre de 2019 signa un hito, en el contexto de una eclosión social inocultable: habitantes de barriadas paupérrimas se rebelaron, y hordas del déspota fugitivo y sus secuaces incendiaron Quito y otras ciudades. La Conaie, organismo aglutinante del indigenismo, no pudo represar el discurso engreído y procaz de su presidente de turno.
Indios y mestizos pusieron muertos y heridos, las clases medias y altas (¿blancos?), asomaron, furibundas, cuando la debacle rondaba sus zonas de confort. En 2001 escribí: ‘¿Será verdad que vivimos el décimo Pachakutik como lo anuncia la cosmogonía andina, tiempo en que la cabeza del Inca, decapitada por los conquistadores, se integra al resto del cuerpo que ha ido resucitando a lo largo del tiempo, para ponerse a caminar?’
Vernos en el espejo de la historia, ejercicio indispensable para desbrozar nuestro camino luego de este ominoso episodio. Práctica que supone ese dolor de vernos como somos, compensada por el gozo de vernos como somos, como dijera Jorge Enrique Adoum.