Estar indefenso ante el abuso del poder debe ser uno de los sentimientos más miserables a los que la condición humana está expuesta. No poder defenderse, ya sea porque los tribunales están comprometidos con la otra parte en conflicto o porque existe todo un sistema diseñado para que la parte más débil sea condenada sean cuales fueren sus argumentos es, sin duda, una de las situaciones más destructivas y perniciosas para la sociedad y las personas.
La indefensión es abominable y la injusticia que genera acarrea consecuencias que la historia generalmente recoge como tragedias.
Indefensión es lo que ocurre actualmente en muchos espacios de la convivencia social en el Ecuador. Es, por ejemplo, lo que debe haber sentido el muchacho que vio al hombre más poderoso del país bajarse de su todoterreno para increparle rodeado de guardaespaldas y luego ser castigado por un tribunal, a pesar de todos los supuestos derechos que por ser menor de edad le asistían. O lo que los maestros vivieron cuando la administración de sus fondos privados de cesantía, ahorrados durante años, fueron transferidos a otras manos por una decisión emanada de un poder ilimitado.
Indefensión es lo que muchos medios de comunicación atraviesan estos días cuando una superintendencia, que en el mejor de los casos no aparente ser independiente del poder porque depende administrativa y políticamente de él, les impone sanciones por contrariar el evangelio de aquel poder. Lo ocurrido con diario La Hora, por ejemplo, es un caso delirante de abuso de poder y la sanción que recibió por haber decidido no publicar la rendición de cuentas de un alcalde (que además fue el creador intelectual de la superintendencia de marras) es un caso alucinante de indefensión, a más de ser un precedente peligrosísimo para la existencia misma del periodismo.
Podría ser, en un supuesto no consentido, que a la luz de determinada ley, lo hecho por La Hora haya configurado un incumplimiento legal, pero el simple hecho de que el veredicto haya sido adoptado por un órgano cuya independencia ha sido cuestionada, configura ya una situación de espantosa injusticia.
Lo ocurrido con EL COMERCIO, que ayer fue obligado a publicar una “rectificación” enviada por uno de los ministros, es otro caso de indefensión, porque la entidad que impuso la publicación mantiene cercanía con la estructura de poder al que pertenece el ministro en cuestión. Los argumentos de EL COMERCIO para sostener que el precio del Coca-Codo se elevaron en el transcurso de su construcción podían ser válidos (como en efecto lo eran) o no, pero su consecuencia en el proceso no iba a depender de su contenido, sino de la voluntad de la superintendencia.
La indefensión es injusticia que la historia recogerá más tarde como tragedias. Pero la historia también tiene un lugar para los pusilánimes que no se rebelan ante las injusticias.