Incertidumbre. Esa es la palabra que mejor describe el actual panorama preelectoral del país.
A ocho meses de las elecciones generales, desde diferentes sectores políticos se empiezan a barajar opciones presidenciales a manera de un juego de calentamiento. Sin embargo, ninguna, aparte de la candidatura de Guillermo Lasso, se proyecta como una alternativa en firme.
Hay hechos que explican esta especie de improvisación. Los últimos nueve años, el proyecto de Alianza País prácticamente liquidó a los partidos políticos y sobre sus cenizas levantó una institucionalidad sostenida en un nuevo andamiaje legal.
En parte, la refundación se ancló a las necesidades electorales de Alianza País y de afianzar un modelo hiperpresidencialista. Aunque ha contado con respaldo popular, País no pudo aplicar los postulados de su proyecto fundacional, que contempla procesos de democracia interna.
Aunque Lasso ha persistido con su propuesta y su mérito es que es el único candidato en firme, es una incógnita si podrá captar los votos del desencanto, de aquellos que esperan soluciones a sus dilemas cotidianos como la falta de empleo. De todas formas, el crecimiento de su candidatura también depende de que los espacios de la derecha no sean ocupados por otros postulantes y sin duda un factor gravitante es la indefinición de la Unidad y Jaime Nebot, quien sin embargo ha sostenido que no correrá.
En otros movimientos y partidos la situación tampoco es clara. Del centro hacia la izquierda hay pocas definiciones. La carta firmada por intelectuales que piden a Enrique Ayala Mora aceptar la candidatura agitó el tablero. Sin embargo, el Acuerdo Nacional por el Cambio todavía no establece el mecanismo democrático para la selección de un binomio de la tendencia.
El tiempo se acorta. A estas alturas todavía no cuajan las candidaturas que puedan exponer con claridad sus planes de gobierno para esbozar un país viable en los próximos años.