Inmaduro, pervertido, ególatra, incapaz. Es una parte de la lista de adjetivos que quizás pocas veces se han usado sistemáticamente contra algún candidato presidencial de una democracia mundial. Las dudas sobre la idoneidad de Donald Trump para dirigir Estados Unidos no solo llegaron al calor de una campaña interna sin cuartel sino desde todo el mundo.
Pero Trump ya está en la Casa Blanca y se encargó de confirmar los temores sobre lo que para él significa cumplir su eslogan de devolverle la grandeza a Estados Unidos, incluida la promesa de erradicar totalmente el terrorismo islamista.
Lo que era un discurso que le sirvió para recoger el apoyo del estadounidense empobrecido y nostálgico, que culpa a la globalización de sus males, ¿puede volverse política de Estado?
Una gran parte del electorado se conectó emocionalmente con él, se sintió representada por él. Una vez que el incendio que ya se veía venir antes de las elecciones se hizo realidad en su país, queda por saber si existen las condiciones para que se propague fuera de las fronteras. Todo está por verse, pero hay algunas pistas.
Trump se ha valido de ideas gráficas fáciles pero poderosas como levantar un muro para evitar el ingreso de inmigrantes que disputan la mano de obra (construcción de casas, vehículos o maquinaria) a los estadounidenses pobres. Esa idea conlleva un encierro y un autarquismo que funcionan -y de hecho funcionaron en estos años, con altos costos- en economías más pequeñas y menos conectadas.
Un ala del Partido Republicano -que cobija a este fenómeno de la era del espectáculo- ya había advertido que un modelo parecido al de Hugo Chávez o de los Kirchner no es conveniente para EE.UU. en un contexto mundial. Sobre las metáforas del muro o de la construcción de autos está la realidad de la globalización de la economía y del conocimiento.
El discurso interno se vuelve frágil frente a la realidad de la economía mundial. Estados Unidos puede ‘ganar’ encerrándose para evitar la inmigración, pero perderá mercados en unos países que compran sus productos y que ahora mirarán con más interés otras posibilidades. ¿Y es posible un aislamiento financiero o tecnológico? Simplemente no.
En un país que se construyó a base de migraciones, que abandonó desde el inicio la idea de la autarquía, que venció las distancias primero con trenes y luego con autopistas, y que luego creó la autopista de la información; y en un mundo globalizado, no hay mucho espacio para ‘la nueva filosofía’ de ‘America first’. Triunfar sobre un desgastado establecimiento político con base en una promesa difícil de cumplir es una cosa; lograr un liderazgo mundial con unas ideas tan delirantes es otra. Lo malo es que, en el camino, ‘El aprendiz’ hasta ahora exitoso puede provocar una catástrofe. El mundo espera atento.
marauz@elcomercio.com