Más de cien mil muertos, en su mayoría civiles, miles de víctimas de brutales ataques con gas, entre ellos inocentes niños, cerca de seis millones de seres humanos que, al huir de la violencia, han perdido su hogar: he allí, en toda su crudeza, el pasivo de la crisis que vive Siria. Y frente a esta inaceptable tragedia, la incapacidad de acción de la comunidad internacional.
Las paradojas son múltiples: el Consejo de Seguridad de la ONU, responsable de los temas relativos a la paz y seguridad, ha vuelto a las prácticas de la guerra fría y ha dejado que las ideologías tomen las riendas de sus decisiones. El resultado de este condenable error es la impotencia que muchos interpretan como indiferencia.
Las grandes potencias, sobre todo los Estados Unidos, no quieren que se les acuse de “imperialistas, intervencionistas, gendarmes del mundo”. Obama lo ha dicho expresamente. Sin embargo, ya se sienten las críticas que merecidamente se les endosa por no actuar con decisión y oportunidad ante esta horrenda tragedia humanitaria.
Mientras tanto, el pueblo de Siria sigue sufriendo y muriendo como consecuencia de los abusos de un poder tiránico que, incapaz de adaptarse a los cambios que exigen los nuevos tiempos, ha resuelto defender a ultranza las estructuras de dominación prevalecientes en esa nación. Tanto el Gobierno como la oposición han usado métodos perversos e ilegales para atacarse mutuamente, pero es el presidente Asad quien se ha negado a dialogar en búsqueda de una solución negociada. Y ha llegado a los extremos más inauditos que nos recuerdan las atrocidades de la Segunda Gran Guerra y de todas las guerras.
Estados Unidos parece encontrarse paralizado por la indecisión. La línea roja trazada por Obama ha sido ya traspasada por Asad. Su principal aliado -Gran Bretaña- resolvió hacerse a un costado. Solo tiene ahora el apoyo de un debilitado presidente francés, de Turquía y Arabia Saudita. Una comisión del Senado norteamericano ha dado su respaldo a Obama. El recuerdo de los errores cometidos en Iraq y Afganistán lleva a muchos países, especialmente en Europa, a predicar la prudencia. La mayoría del mundo exige una solución política y no una guerra de impredecibles consecuencias.
Mientras tanto, Asad ha vuelto a sentirse fuerte. ¿Qué pensarán Irán y Corea del Norte? El problema es complejo y exige una meditación profunda. El Ecuador ha favorecido, con razón, la tesis de que el ser humano prevalece sobre cualquiera otra consideración. Sin embargo, en su posición política ha sido complaciente con Asad. El presidente Roldós, que logró que se reconociera que la acción internacional en defensa de los derechos humanos no quebranta el principio de no intervención, debe estar observando con tristeza lo que ocurre en el Ecuador y el mundo.