Steve Jobs ha muerto, pero el genio todavía puede dar clases magistrales a todo el mundo. No estoy hablando de una de sus impactantes presentaciones de producto, sino de las pequeñas cosas que forjaron el genio y que levantaron un mundo detrás de él. La mejor de ellas fue durante los primeros días de su regreso a Apple en 1998. Él estaba reconociendo la compañía de la que fue una vez expulsado y recorriendo sus departamentos. En uno de los últimos recovecos, en un subterráneo polvoriento, estaba un ingeniero en Sistemas -Jonathan Ive- que estaba recogiendo sus cosas pues con el cambio de dueño había presentado su renuncia. Entre los muchos prototipos que él había creado estaba un monitor con touchscreen y el sistema operativo incorporado. En ese momento, Job desempolvó el producto y nombró a Ive su creador principal. Ese empolvado prototipo se convirtió luego en la iMac y en sus versiones actuales en el iPod y iPad.
Steve Jobs era un genio no porque había estudiado demasiado, sino porque era capaz de reconocer la genialidad en otras personas, aunque sea en el último de sus empleados. También lo era por su capacidad de adelantarse a su tiempo y pensar no en lo que los consumidores quisieran hoy, sino en las futuras generaciones. Su talento radicaba en ser un líder que trabajaba noche y día con sus creadores ya sea en Apple, en Next o en Pixar, para sacar lo mejor de ellos, para convertir su creación en lo más cercano posible a lo perfecto. El siempre decía que no quería ver productos, sino procesos. No le importaba que sus desarrolladores hicieran bien el deber trayéndole el último de sus diseños. Lo importante –decía- era que ellos fueran capaces de ver el producto en su tercera, cuarta o quinta generación. El decía que la lección más importante que él aprendió de la vida se la enseñó el hambre. Durante esa época se enfocó en lo importante y cómo trabajar contra viento y marea para conseguir sus sueños.
Pero hay una lección más que dejó Jobs: pensar en los otros. Ni iPod, ni iPhone y peor iPad hubiesen sido posibles sin pensar en las necesidades de los consumidores. Lo descubrí cuando mi hijo cumplió 10 años y lo único que pidió por su cumpleaños era un iPod. No lo podía conseguir en el Ecuador en ese momento, así que pedí a un gran amigo mío que lo comprara en Nueva York. Mi amigo tiene más de 70 años, pero salió de la tienda no solamente con un iPod, sino también con iPad para él. Dos generaciones tan alejadas entre sí viven encantadas con las herramientas que soñó Steve.
Cuando a Steve Jobs le preguntaron en 1998 por qué todos sus productos tenían la i, su respuesta fue inmediata. La i está ahí por Internet, individual, instructivo, informativo, inspirador.
Es posible decir que nada ha cambiado tanto nuestro tiempo como su concepción de este iMundo. Steve Jobs pasó por esta tierra para dejar un legado de ideas, no solamente una compañía.