Odiamos a los gringos pero les imitamos todo: desde rumiar chicles hasta usar blue jeans forjadamente rotos, descosidos y envejecidos, que ellos creen que son muy “elegantes”. A alguno se le ocurrió ponerse aretes en las orejas, las cejas, la nariz, los labios y hasta en la lengua y la horrible usanza se extendió por el mundo. Hace unos años, el jugador de baloncesto Michael Jordan cometió el disparate de ponerse la gorra al revés y la incómoda y disfuncional moda cundió sin saber por qué ni para qué, ya que la visera hacia atrás no cumple papel alguno.
La imitación a los gringos ha “mcDonalizado” el planeta, para usar la palabra de un ingenioso escritor neoyorquino.
Por cierto que el fenómeno de la imitación, en su sentido antropológico, ha sido estudiado por importantes científicos sociales. Los trabajos de Gabriel Tarde, Gustavo Le Bon y Émile Durkheim echaron mucha luz sobre el tema. Tarde estudió los fenómenos de la imitación en la interacción social, Le Bon profundizó hasta honduras insondables la psicología de multitudes y se debe a Durkheim la investigación científica de los hechos sociales.
Tarde, en su libro “Las leyes de la imitación” publicado en 1890, sostuvo que los valores de una sociedad se establecen, consolidan y extienden a través del proceso que él llamó“imitación”, en virtud del cual los individuos “copian” las conductas de los líderes del grupo y las convierten en hábitos. Dividió a los pueblos en originales e imitadores.
Los primeros descubren e inventan, los segundos copian los descubrimientos y reproducen los inventos. Aquéllos crean usos, costumbres y modas, mientras que éstos los imitan. Afirmó que la imitación es la rutina y la “contra-imitación” es la fuente de la innovación, la invención y el progreso sociales.
Con el advenimiento del mundo globalizado, montado sobre la revolución digital y las comunicaciones por satélite, la imitación ha tomado enorme fuerza y escala planetaria. Se imitan las ideas, los gestos, las formas de hablar, los modos de vestir, las modas, los usos, las costumbres. Y, al sur del Río Grande, las costumbres “made in USA” se copian y repiten sin ninguna independencia de criterio.
Hay una “globalización” de la imitación. Todo es objeto de copia en un escenario global crecientemente homologado y sumisamente imitativo, esnob y mimético. Y la publicidad comercial es una eficiente aliada al inducir gustos y forjar preferencias.
La política no está exenta de este vicio. Lo vimos en los años 80 con las recetas del neoliberalismo y la privatización que nos llegaron desde los centros de poder de la “reaganomics” norteamericana y del “thacherismo” inglés. Los conceptos y las expresiones de los líderes de la política o de la economía del primer mundo se reproducen al pie de la letra en las periferias, con una deprimente falta de originalidad.