Lo dice muy acertadamente Rodrigo Villacís Molina en la introducción al libro ‘Ambato de los 30 a los 50’: La historia contemporánea de Ambato se divide en dos: antes y después del terremoto de 1949.
El terremoto dejó huellas, qué duda cabe, por eso sorprende conocer a Ambato en imágenes anteriores al movimiento telúrico que destruyó la ciudad y que fue reconstruida seguramente con muy pocos recursos.
Hace poco, la Secretaría Técnica del Consejo Nacional de Cultura, que dirige Irving Zapater, presentó una nueva obra que recoge el testimonio de la historia a través de imágenes. El fotógrafo es el ambateño José Paredes Cevallos (1906-1966) y el texto es de Rodrigo Villacís, un gran periodista y escritor, además, muy bien documentado.
Resulta inevitable hablar de esta ciudad del centro de la Sierra sin dejar de mencionar a los tres Juanes, pero el libro no se detiene en ese importante detalle, contribuye con mucha información y refresca la memoria de los ecuatorianos.
Como por ejemplo, que ocho ilustres ambateños se han adjudicado el Premio Nacional Eugenio Espejo: Augusto Bonilla, Misael Acosta Solís, Plutarco Naranjo, Rodrigo Fierro Benítez, Luis Romo Saltos, Oswaldo Viteri, Aníbal Villacís y Jorge Enrique Adoum.
¿Quién sabía que la sal quiteña, es decir la chispa y gracia del quiteño para contar cachos y anécdotas tiene sus orígenes en Ambato? En el libro, que es parte de la colección Fotografía del Siglo XX, se aclara esa autoría.
El Café Suizo, diagonal al parque Montalvo, era el punto de encuentro después de las jornadas de trabajo de los ambateños. Las tertulias eran animadas, se transmitían a otras ciudades y el contenido llegaba a oídos de los quiteños.
Citando al psiquiatra e historiador Fernando Jurado, se afirma que la sal quiteña fue inventada en ese café ambateño. Y por si faltaran argumentos, narra Villacís, basta recordar que el ‘Omoto’ Albán y el ‘Terrible’ Martínez, íconos del género humorístico, fueron ambateños.
El humor político fue registrado en la revista Don Pepe, de autoría del ambateño Méntor Mera, cuyo sarcasmo apuntó directo al tantas veces presidente José María Velasco Ibarra.
Entre decenas de imágenes llama la atención una denominada ‘De copas’ en la que se ve a seis amigos en gran tertulia en torno a una mesa. ‘El Tropezón’ es el sugestivo nombre de esta cantina.
Recorrer las páginas de este libro es encontrarse también con la tragedia del terremoto registrada por el fotógrafo en toda su dimensión. Corridas populares de toros, una vuelta automovilística a la República o un avión monomotor estacionado en el campo de aviación. Son imágenes extraordinarias para informarse y reflexionar sobre el pasado de una ciudad que se ha hecho famosa por su gente y por su cultura.